29 de mayo de 2007

Curso acelerado de madrileñismo

"[...]Por más rutas que se atajen en el Atlántico, por más cumplimiento del programa Frontex que se reclame a la Unión Europea, por más relaciones diplomáticas que se activen con países de estados casi inexistentes, seguirán viniendo. Y seguirán las dificultades para que los países de origen faciliten la repatriación. Las remesas que envían sus emigrantes en Europa a los 12 países del África subsahariana occidental representan más para su economía que la inversión extranjera. Y ahora ve y pídeles por favor que repatríen a sus compatriotas, a esos que pueden enviar las remesas. Porque todos saben que, si llegan vivos, tarde o temprano trabajan. Con papeles o sin papeles.

Y no se pierdan este dato del economista Luis de Sebastián: la expectativa de vida de un niño africano se incrementa en ¡40 años! si consigue cruzar el Estrecho o llegar a Canarias. Busquen, busquen en los programas electorales de nuestros partidos políticos la forma de apagar el eco de este efecto llamada. "

Pepa Bueno, en El Periódico Mediterráneo del 18 de mayo de 2007, pero que yo he leído como comentario en este interesantísimo blog.

28 de mayo de 2007

La tentación del arbitrismo

(Este artículo me ha parecido sumamente interesante. Y eso que le mete caña a una de las ideas centrales del embrión de partido que impulsa entre otros mi admirado y querido Savater...)

El arbitrismo tiene una larga tradición en el pensamiento español, por lo menos desde la época de los Austrias. Ya entonces surgió una pléyade de personas que, ante el desastroso estado de la sociedad y la economía patrias, proponían a la corte remedios sencillos, rápidos e infalibles. En esto consiste el arbitrismo: en propugnar recetas simples y sencillas para problemas complejos. Y de ahí también proviene su atractivo, pues no hay nada más sugerente para el intelecto humano que dar con una solución mágica de los problemas.

Uno de los que podríamos llamar 'tópicos arbitristas recurrentes' en la sociedad española actual es el electoral. Consiste en pensar que una simple modificación de las normas electorales conseguiría producir cambios espectaculares en nuestro panorama político. Es recurrente, por ejemplo, el tópico de las listas desbloqueadas y abiertas como alternativa a las actuales cerradas. Los defensores de esta modificación le atribuyen efectos milagrosos sobre los partidos políticos (que dejarían de ser cotos cerrados de las burocracias) y sobre la actuación de los representantes (que se volvería más cercana y sensible al elector). Sin embargo, estos arbitristas no quieren ver lo que la experiencia española y comparada enseña con rotundidad: que el ciudadano corriente se guía a la hora de votar por su simpatía ideológica partidista, y rehúye el trabajo y la complicación personales que supone componer listas personalizadas, incluso cuando puede hacerlo. Llevamos treinta años de votaciones con la posibilidad de 'panachage' para el Senado, cámara que se elige por listas totalmente abiertas; y la experiencia demuestra que menos de un 2% de los electores hace uso de esta posibilidad. Es decir, que el 98% prefiere votar en bloque la lista que su partido le propone.

Otra receta arbitrista, asumida recientemente como propuesta básica por la plataforma en favor de un nuevo partido ciudadano, es la de modificar la Ley Orgánica del Régimen Electoral para conseguir que los partidos nacionalistas no tengan un peso desproporcionado y superior al que numéricamente les corresponde en las cámaras representativas y, de esta forma, no puedan condicionar la política española. En este caso, el arbitrista incurre simultáneamente en una notable distorsión de la verdad electoral, por un lado, y en una notable miopía política por otro.

Distorsión de la verdad porque, sencillamente dicho, no es cierto que los partidos nacionalistas obtengan gracias a las normas electorales un peso superior al que numéricamente les corresponde. Los argumentos que se utilizan para argumentarlo son pura demagogia. Se afirma, por ejemplo, que Izquierda Unida obtiene sólo dos escaños con 801.821 votos, mientras que los catalanes de CiU logran 10 con un número de votos similar (835.471), o el PNV arranca 7 escaños con la mitad de votos (420.980). El argumento, sin embargo, no prueba lo que sus mantenedores arguyen, que los nacionalistas estén sobrerrepresentados, sino una cosa muy distinta, que IU está infrarrepresentada. Ésta es la verdad, que el sistema electoral castiga fuertemente a los partidos minoritarios nacionales que se presentan en todas las circunscripciones (antes el CDS, ahora IU), mientras que prima descaradamente a los mayoritarios (PSOE y PP) y es prácticamente neutral para con los nacionalistas (globalmente minoritarios, pero concentrados en pocas circunscripciones).

Una vía sencilla para poder determinar quién está sobre o infrarrepresentado es la de comparar el número de votos que a cada partido le 'cuesta' obtener un escaño, pues de esta forma conocemos las desviaciones del principio básico de que todos los votos deberían tener el mismo valor. Y tomando las elecciones de 2004 ,en las que el coste medio del escaño fue de 70.109 votos, observamos que al PSOE el escaño le costó 67.232 votos, al PP 65.996, a CIU 83.547, a ERC 81.524, al PNV 60.140, a Coalición Canaria 78.407, al Bloque Nacionalista Gallego 104.000, a Izquierda Unida 400.000 (¿¿) y a EA 80.905. De lo que se deducen varias cosas: primera, que el gran infrarrepresentado es IU y que los grandes beneficiarios son PP y PSOE; y segunda, que para los partidos nacionalistas en general no existe prima alguna, sino más bien lo contrario: los catalanes de CiU y ERC, los canarios de CC, los gallegos del BNG y los vascos de EA pagan por su escaño más que la media y más que los grandes partidos nacionales. Sólo el PNV es beneficiado neto del sistema, obteniendo aproximadamente un escaño más que lo que le correspondería según costes medios. Y si tomásemos cualquier convocatoria anterior, el resultado sería tan similar que no merece la pena analizarlas.

Por tanto, cuando se afirma que los partidos nacionalistas tienen un peso excesivo en términos electorales se está faltando a la verdad. Y si lo que se propone es modificar las normas electorales para disminuir su peso relativo (como en la propuesta avanzada por Peces Barba de aumentar de 350 a 400 el número de escaños del Congreso, pero reservando los nuevos 50 escaños a partidos nacionales), lo que se está proponiendo en realidad es disminuir el valor del voto de algunos ciudadanos en función de su nacionalidad o ideología (discriminación pura y dura), algo que no parece estar en consonancia con el concepto mismo de ciudadanía que se dice defender.

Cuestión muy distinta de la puramente electoral es la propiamente política, es decir, el amplio margen de influencia en la política nacional que tienen los partidos nacionalistas. ¿Claro que la tienen! Pero lo que debemos preguntarnos, antes de recurrir a la manipulación arbitrista para corregirla, son dos cosas: ¿Por qué la tienen? ¿Es malo que la tengan?

Si los partidos nacionalistas pueden actuar de 'bisagras' o 'condicionantes' en la política nacional ello no se debe a su sobrerrepresentación, como acabamos de ver, sino más bien a la bulimia de los grandes partidos españoles, que sostienen interesadamente un sistema electoral favorable al bipartidismo que excluye a los terceros partidos nacionales (CDS o IU). Claro que en su apetito desmedido llevan su penitencia, pues al no permitir la existencia de partidos nacionales bisagra a los que utilizar como aliados, se ven forzados a recurrir a los partidos nacionalistas cuando no obtienen mayoría absoluta. Son ellos, por tanto, los que han creado las condiciones sistémicas necesarias para que los partidos nacionalistas actúen como árbitros, y sólo una corrección de la prima descarada que tienen los grandes partidos posibilitaría que surgieran otros árbitros. Pero, como es bastante obvio, de esta corrección no quieren ni oír hablar.

La otra cuestión, quizá la más importante, es la de valorar adecuadamente la situación de los partidos nacionalistas periféricos en el sistema político. El régimen electoral se diseñó, precisamente, para integrarles en el conjunto de la política nacional y para ello se les otorgó una adecuada representación, usando la provincia como circunscripción electoral. No cabe duda de que, si nos referimos a la política cotidiana, este objetivo se ha conseguido en gran parte. Los partidos nacionalistas actúan con normalidad en los marcos institucionales y aportan su particular visión al pluralismo ideológico español. Cierto que no se ha conseguido la total integración sistémica de los nacionalismos, que siguen marcando señaladas reticencias a la aceptación del marco constitucional, sobre todo en el caso vasco. Ahora bien, ¿mejoraría en algún sentido esa situación parcialmente insatisfactoria si ahora los 'desintegráramos' de la política cotidiana e institucional estableciendo barreras representativas en su contra? Si comenzamos a discriminar a los ciudadanos nacionalistas periféricos, ¿no sería ello un factor añadido para incentivar su alejamiento y extrañamiento del sistema nacional? Creo que hay que reflexionar sobre esto un poco más antes de echar mano del arbitrismo.

José María Ruiz Soroa, en El Correo del sábado 26 de mayo de 2007

25 de mayo de 2007

De Euskalherria a Euskadi y de Euskadi...

Soy consciente de que para muchos no nacionalistas el término Euskadi, como invención de Sabino Arana, es la expresión del nacionalismo que inventa mitos y crea fantasías contrapuestas a la realidad histórica, y que por esas razones siguen prefiriendo el término Euskal Herria para referirse al País Vasco, términos éstos que poseen la misma cobertura significativa. Por otro lado conviene recordar que Sabino Arana creó el término Euskadi porque creía que Euskal Herria solamente poseía una significación histórica y cultural, pero no política en los esquemas de los Estados nacionales. Necesitaba un nuevo término para superar la neutralidad política del significado histórico-cultural de la Euskal Herria tradicional.

Lo cierto es que las dos veces que Euskadi ha alcanzado el estatus de sujeto político unificado lo ha sido en un ámbito geográfico más reducido que el que abarca la Euskal Herria histórico-cultural. No pocas veces se ha podido escuchar en el Parlamento vasco a Joseba Egibar decir que si alguien consulta la Enciclopedia Británica podrá constatar que bajo el epígrafe Euskal Herria aparece toda la amplitud geográfica que ese término posee en su significado histórico-cultural. Lo que nunca ha añadido el citado líder nacionalista es que si en la misma Enciclopedia Británica se busca el epígrafe España, o Francia, aparecerán los correspondientes mapas políticos incluyendo cada uno, en su caso, su correspondiente parcela de la Euskal Herria cultural.

Cuando hoy en día se utiliza el término Euskal Herria, la mayoría de las veces no se hace, sin embargo, en línea con la tradición histórico-cultural, la que quiso superar Sabino Arana con la innovación de Euskadi. Más bien al contrario: se usa no en su significado histórico-cultural, sino dotándolo de significado político, contraponiéndolo así al término sabiniano de Euskadi. Se trata de identificar el espacio histórico-cultural y el político. Y para ello nada mejor que dejar de lado la palabra Euskadi y sustituirla por Euskal Herria, pues Euskadi ha quedado limitadada en sus realizaciones históricas estatutarias.

Los nombres nunca son inocentes. El ejercicio de nombrar las cosas siempre implica ejercicio de poder. Lo dice ya la Biblia en sus comienzos, cuando Dios presenta a los animales al hombre para que éste les dé nombre, indicando que con ello toma posesión de la naturaleza. Y lo dice el refrán euskérico de que 'izenak badu izana', de que el nombre posee existencia. Dejar de lado el término Euskadi para sustituirlo por el de Euskal Herria implica que en el lenguaje al menos se ha superado la limitación del espacio estatutario, del 36 y del actual, para conjurar el espacio político que engloba a Navarra, los territorios históricos de Guipúzcoa, Álava y Vizcaya, junto con Laburdi y el Soule. Y si existe este territorio político en el lenguaje debe existir también en la realidad de la política institucional.

Es lo que hace, por ejemplo, la radiotelevisión vasca. El espacio al que se refiere dicho ente público de la Comunidad Autónoma de Euskadi es un espacio superior al cubierto por su legitimidad: los mapas del tiempo en ETB incluyen siempre la Euskal Herria histórico-cultural; en Radio Euskadi-Euskadi Irratia se dan las temperaturas y las previsiones para San Sebastián, Vitoria, Pamplona, Bilbao y Bayona. Algún comentarista deportivo se sintió obligado a corregir, una vez terminada la entrevista, al gran pelotari Miguel Gallastegui porque éste había tenido la osadía y la ignorancia de denominar francés ('frantzesa') al pelotari Ives Salaberry, Xala, cuando todos debiéramos saber que es de Iparralde.

El mismo Estatuto de Gernika cayó en la trampa de denominar al euskera lengua propia de la comunidad autónoma, cuando lo correcto hubiera sido referirse a ella como lengua específica, porque el español es común a todo el Estado y a muchos países latinoamericanos. Y ahora, por las referencias que tenemos de la prensa, el euskera va a pasar a ser lengua principal del sistema escolar vasco. No importa que cualquier paseo por Bilbao le lleve a uno a escuchar no pocas veces más el inglés o el alemán, o el francés e incluso el italiano que el euskera.

Salvamos la realidad construyendo otra realidad por medio del lenguaje. Si el euskera es la lengua principal en la escuela, la identidad principal de los ciudadanos vascos es la vinculada a esa lengua. Y si la identidad es el sostén de las posibilidades o de los derechos políticos, entonces la realidad política principal es Euskal Herria. Y todo ello en nombre del plurilingüismo, en nombre de la pluralidad, de las identidades complejas y de los espacio políticos abiertos e imbricados.

Ignoro si el calificativo de principal es un término de anclaje jurídico, si tiene consecuencias jurídicas, si puede ser base de derechos, fundamento de reclamaciones políticas. Pero no cabe duda de que el juego de las palabras no es neutral, no es inocente. El juego de las palabras busca conformar primero en el lenguaje la realidad que se quiere materializar en la realidad política e institucional. Siempre hay alguien que piensa que todo eso no deja de ser un juego de niños, pero sin grandes consecuencias en la realidad. Pero lo cierto es que los políticos que juegan así con el lenguaje lo hacen pensando que con esos juegos de lenguaje la gente se va acostumbrando a una simbólica, y que al uso simbólico le seguirá, con el tiempo, la realidad política. Y esa realidad política se conjuga en torno al término homogeneidad, aunque de boca se afirme lo contrario y se trate así de disimular.

Para el pensamiento político del que se deriva esta política del lenguaje, el pluralismo es válido, en materia lingüística, siempre que se constituya a través del inglés y de lenguas que no sean el español. Es decir, mientras que el pluralismo lingüístico no conlleve el significado político implicado en la cooficialidad del español. Para ese pensamiento político, la complejidad de identidades, cada una en sí misma compleja, es una espina, porque impide una derivación política clara, homogénea, distinta, separada, conteniéndose a sí misma, de Euskal Herria, pues la complejidad de las identidades las vincula a ámbitos exteriores a Euskal Herria. Perdón: porque la complejidad de las identidades hace que lo que muchos nacionalistas consideran exterior a Euskal Herria sea un elemento interno de Euskal Herria, porque elementos considerados extraños a la cultura propia de Euskal Herria, articulada en torno a la lengua principal que es el euskera, se introducen en la realidad social, cultural, lingüística y política de la sociedad vasca en sus complejas identidades.

Los nacionalistas tratan de convencer a los ciudadanos vascos de que ellos quieren más para la sociedad vasca, pero que no lo pueden conseguir porque España, Francia, los no nacionalistas, la Constitución y el Estatuto se lo impiden. Pero la realidad es bien otra: son los nacionalistas, al menos determinados nacionalistas, determinadas formas del nacionalismo, los que quieren menos para la sociedad vasca, los que quieren reducir la riqueza de la sociedad vasca, los que quieren limitar las potencialidades de la sociedad vasca. Porque ésta es más que lo que los nacionalistas son capaces de pensar de ella, es más rica, más compleja, más plural, más relacionada, más imbricada, más mestiza, más participante activamente en contextos culturales, lingüísticos y de tradición más amplios.

Quien se llena la boca con Euskal Herria pretende dar a entender que quiere más que Euskadi, porque con este término se implica limitación. Quien se llena la boca denominando al euskera lengua principal del sistema escolar pretende dar a entender que quiere más para la sociedad vasca que lo que implica la utilización de las dos lenguas oficiales como vehiculares. Pero en realidad quieren menos, reducir complejidad, limitar la riqueza, poner fronteras al campo ya existente, a las imbricaciones que la cultura vasca tiene en horizontes culturales y lingüísticos más amplios. En realidad ese planteamiento nacionalista se siente molesto con la complejidad, con la pluralidad, y busca por todos los medios, al menos en el ámbito del lenguaje, reconducirlas a estructuras más simples, organizándolas en torno a un eje principal, articulante, primero, básico y unificante. Aunque ello conduzca a aquella famosa 'boutade' de alguien que desconociendo el euskera proclamó que para él el castellano era lengua extranjera.

Joseba Arregi en El Correo del martes 22 de Mayo de 2007

22 de mayo de 2007

The Wire (again)

Acabo de terminar de ver la cuarta temporada de The Wire. Ahora sólo me queda esperar a que emitan la quinta y última, que se prevé para la primavera del año que viene, y a que algún alma "caritativa" la cuelgue en Internet (y se tome la molestia de sacar también los subtítulos, porque si no lo llevo bastante crudo para entender a los jóvenes negros de Baltimore...).

Como ya dije hace unos días, un mito se ha venido abajo (con lo que me gustan a mí los mitos... pero, eso sí, otro mito viene a ocupar su lugar): Los Soprano y A dos metros bajo tierra tienen que ceder la primera posición del podio de mis gustos-adicciones televisivas a esta serie que, simplificando mucho, podríamos calificar de policiaca.

Porque en realidad es mucho más. Es, como dice su creador, David Simon, un retrato en cinco actos de la ciudad estadounidense postindustrial, donde la "guerra" contra las drogas ha hecho estragos en sus habitantes más desfavorecidos, que en Baltimore son una minoría mayoritaria: 65% de población negra.

Me siento incapaz de expresar de manera mínimamente convincente la complejidad de la trama, la verosimilitud de las situaciones, la verdad que inspiran los personajes de esta auténtica obra maestra. Aun así, haré un intento.

En los 12 o 13 capítulos (de una hora cada uno) de los que se compone cada temporada, se van desarrollando varias líneas argumentales, con decenas de personajes de lo más dispar (desde drogadictos desamparados, al alcalde la ciudad, pasando por todo tipo de policías, camellos, traficantes de alto nivel, senadores, líderes religiosos, presidiarios, profesores...), interpretados, salvo muy contadas excepciones, de forma tan creíble que a veces cuesta (me pasa con los niños protagonistas de esta cuarta temporada) creer que estén actuando (casi como en las series españolas, by the way...).

Desde el principio, una de las cosas que más me sorprendió fue el ritmo: nada de trepidantes persecuciones ni tiroteos de diseño, exaltaciones de esa violencia que podemos justificar, la que los "buenos" ejercen para "vencer" a los "malos". No. Aquí la trama se despliega lenta, morosamente. Los casos se resuelven, si es que se resuelven, sólo al final de esas 12 o 13 horas, y siempre con la certeza de que se podía haber más, mejor, de que hay algo en las instituciones que no funciona: la burocracia, el ansia de poder, la simple desidia...

Son muchos los protagonistas. O ninguno, ni siquiera el fantástico Jimmy McNulty. Porque, como dice Simon, el verdadero protagonista es la ciudad, Baltimore.

Y, otra cosa que la distingue de todo lo que yo había visto hasta ahora, y que sorprende más aún tratándose de una historia (más o menos) de policías y ladrones: no hay una línea clara entre buenos y malos, entre el bien y el mal. Todos los personajes, como todo ser humano, tienen sus miserias, sus zonas oscuras, sus debilidades. Pero también todos, incluidos los peores criminales, muestran en ocasiones grandeza, generosidad, lealtad, y demás virtudes que, en las típicas (y tópicas) historias que tanto abundan, en EEUU, en España, en todos sitios, son sólo patrimonio de los héroes.

En fin, que me ha gustado, creo que lo he dejado claro.