29 de noviembre de 2006

Imagina que el cielo no existe

(Éste es un texto de hace unos años, escrito por Salman Rushdie para un libro que reúne textos de varios autores dirigidos al "ciudadano seis mil millones", a la persona que hacía que la población en el planeta alcanzase esa desorbitante cifra. Varias veces he pensado en colocarlo aquí, a pesar de su longitud, y hoy, aprovechando la ocasión del chiste viñeta de El Roto, por fin me he decidido)

Querida personita seis mil millones,

Como miembro más reciente de una especie que destaca por su curiosidad, es probable que no pase mucho tiempo antes de que empieces a formular las dos preguntas de los sesenta y cuatro mil dólares con las que los demás 5.999.999.999 de nosotros llevamos algún tiempo peleándonos:

¿Cómo llegamos aquí?

Y, ahora que estamos aquí, ¿cómo viviremos?

Por extraño que parezca, por si seis mil millones no fuéramos bastantes, con casi toda seguridad te sugerirán que la respuesta a la pregunta de nuestro origen exige que creas en la existencia de un Ser distinto, invisible, inefable, que se encuentra «en algún lugar allá arriba»; un creador omnipotente a quien nosotros, pobres seres limitados, somos incapaces de percibir, y mucho menos comprender. Es decir, te animarán encarecidamente a imaginar un cielo, habitado por un dios, como mínimo.

Este dios del cielo, según se dice, creó el universo revolviendo su materia en una olla gigante. O bien bailó. O bien vomitó la Creación de su propio interior. O bien se limitó a decir que se hiciera y hete aquí que se hizo. En algunas de las historias más interesantes de la creación, ese único poderoso Dios del cielo se subdivide en muchas fuerzas menos importantes, divinidades menores, avatares, «antepasados» metamórficos gigantescos cuyas aventuras crean el paisaje, o los panteones crueles, entrometidos, licenciosos y caprichosos de los grandes politeísmos, cuyos actos alocados te convencerán de ,que el motor real de la creación fue el deseo: de poder infinito, de cuerpos humanos demasiado quebradizos, de aureolas de gloria. Pero es de justicia añadir que también hay historias que transmiten el mensaje de que el principal impulso creador fue, y es, el amor.

Muchas de estas historias te parecerán muy bellas y, por lo tanto, seductoras. Por desgracia, sin embargo, no tendrás que reaccionar de modo puramente literario a ellas. Sólo las historias de las religiones «muertas» pueden valorarse por su belleza. Las religiones vivas son mucho más exigentes. Así que te dirán que la creencia en «tus» historias, y la observancia de los rituales de culto que han surgido a su alrededor, deben convertirse en una parte fundamental de tu vida en este concurrido mundo. Las llamarán el corazón de tu cultura, incluso de tu identidad individual.

Es posible que en algún momento te parezcan ineludibles, no en la forma en que la verdad lo es, sino más bien como una cárcel de la que uno no puede evadirse. Puede que en algún momento dejen de parecerte textos que los seres humanos han empleado para resolver un gran misterio, y en cambio te parezcan pretextos para que otros seres humanos, ungidos como es debido, te den órdenes. Y es cierto que la historia humana abunda en la opresión pública que ejercen los aurigas de los dioses. Según la gente religiosa, sin embargo, el consuelo particular que la religión proporciona compensa con creces el mal que se inflige en su nombre.

A medida que los conocimientos humanos han ido aumentando, también se ha vuelto evidente que todas las historias religiosas sobre cómo hemos llegado aquí son, sencillamente, falsas. Eso es, finalmente, lo que todas las religiones tienen en común. No lo entendieron bien. No hubo ni revolvimiento celestial, ni danza del Creador, ni vómito de galaxias, ni antepasados serpientes o canguros, ni Valhalla, ni Olimpo, ni seis días de creación seguidos de uno de descanso. Falso, falso, falso.

Sin embargo, hay un punto que resulta de lo más extraño. La falsedad de los relatos sagrados no ha disminuido en lo más mínimo el fervor de los devotos. Más bien, la sandez total y desfasada de la religión lleva a sus adeptos a insistir con mayor estridencia aún en la importancia de la fe ciega.

Por cierto, como consecuencia de esta fe, en muchas partes del mundo ha resultado imposible impedir que la cantidad de miembros de la raza humana aumente de modo alarmante. La culpa de esta superpoblación, por lo menos en algunas zonas del planeta, la tienen los malos consejos de los guías espirituales. En tu propia vida, es muy posible que asistas a la llegada del ciudadano nueve mil millones del mundo. Si eres indio (y tienes una entre seis probabilidades de serlo) estarás vivo cuando, gracias al fracaso de los planes de planificación familiar, en esa tierra pobre y temerosa de Dios, la población supere la de China. (Si bien muchas personas nacen como consecuencia, en parte, de las restricciones religiosas al control de la natalidad, también muchos seres humanos mueren a causa de la cultura religiosa que, al negarse a enfrentarse a los hechos de la sexualidad humana, también impide que se combata la propagación de las enfermedades de transmisión sexual.)

Hay quienes te dirán que los grandes conflictos serán otra vez enfrentamientos religiosos, yihads y cruzadas, como lo fueron en la Edad Media. Yo no lo creo, al menos en la forma a que ellos se refieren. Mira el mundo musulmán, o mejor dicho, el mundo islamista, por usar la palabra acuñada para describir el actual «brazo político» del Islam. Las divisiones entre sus grandes poderes (Afganistán contra Irán contra Irak contra Arabia Saudí contra Siria contra Egipto) es lo que impacta con más fuerza. Apenas hay nada que se parezca a un objetivo común. Incluso después de que la no islámica OTAN combatiera una guerra a favor de los albanokosovares musulmanes, el mundo musulmán se demoró en aportar la tan necesitada ayuda humanitaria.

Las verdaderas guerras religiosas son las luchas que las religiones libran contra los ciudadanos corrientes de su «ámbito de influencia». Son guerras de los piadosos contra los muy indefensos; fundamentalistas americanos contra médicos a favor de la legalización del aborto, ulemas iraníes contra la minoría judía de su país, fundamentalistas hindúes de Bombay contra los cada vez más atemorizados musulmanes de esa ciudad.

Los vencedores de este enfrentamiento no deben ser los de miras estrechas que van al combate, como siempre, con Dios de su parte. Elegir la falta de fe es optar por el pensamiento por encima del dogma, confiar en nuestra humanidad en lugar de en todas esas divinidades peligrosas. Así pues, ¿cómo llegamos del nuevo siglo hasta este punto? No busques la respuesta en los libros de cuentos. Los imperfectos conocimientos humanos pueden ser como una carretera llena de baches, pero son la única vía hacia la sabiduría que merece la pena conocer. Virgilio, que creía que el apicultor Aristeo podía generar espontáneamente nuevas abejas a partir del cadáver putrefacto de una vaca, estaba más cerca de la verdad sobre el origen que todos los libros antiguos venerados. Las sabidurías antiguas son las tonterías modernas. Vive en tu propio tiempo, usa lo que sabemos y, cuando crezcas, puede que por fin la especie humana crezca contigo y deje de lado las cosas infantiles. Como dice la canción, it's easy if you try («es fácil si lo intentas»). En cuanto a moralidad, la segunda gran pregunta (¿cómo vivir?, ¿qué está bien y qué está mal?) se reduce a tu disposición a pensar por ti mismo. Sólo tú puedes decidir si quieres que los sacerdotes te dicten las leyes, y aceptar que el bien y el mal son algo externo a nosotros mismos. A mi entender, la religión, incluso en su forma más sofisticada, infantiliza esencialmente nuestro yo ético al establecer unos árbitros morales infalibles y unos tentadores inmorales irredimibles por encima de nosotros; los padres eternos, buenos y malos, brillantes y oscuros, del reino sobrenatural.

¿Cómo va a haber entonces elecciones éticas sin un reglamento o juez divino? ¿Es la falta de fe el primer paso en el largo declive hacia la muerte cerebral del relativismo cultural, de modo que muchas cuestiones insoportables (la ablación de clítoris, por mencionar sólo una) pueden excusarse por motivos culturales, y la universalidad de los derechos humanos puede asimismo ignorarse? (Esta última muestra de desmoronamiento moral encuentra seguidores en algunos de los regímenes más autoritarios del mundo y también, de modo desalentador, en los artículos de opinión del Daily Telegraph.)

Pues no, no lo es, pero las razones que llevan a tal conclusión no son claras. Sólo la ideología de línea dura es clara. La libertad, que es la palabra que yo uso para la posición ética-secular, es inevitablemente más confusa. Sí, la libertad es ese espacio donde puede reinar la contradicción, es un debate infinito. No es en sí la respuesta a la pregunta sobre la moral, sino la conversación sobre esa pregunta.

Y es mucho más que el mero relativismo, porque no es meramente una tertulia infinita, sino un lugar donde se elige, donde se definen y se defienden valores. La libertad intelectual, en la historia europea, ha significado sobre todo la libertad respecto a las limitaciones de la Iglesia, no del Estado. Ésa es la batalla que libraba Voltaire, y es también lo que los seis mil millones podríamos hacer por nosotros mismos, la revolución en que cada uno de nosotros tendría su pequeña seis mil millonésima parte; de una vez por todas podríamos negarnos a dejar que los sacerdotes y las ficciones, en cuyo nombre afirman hablar, sean los policías de nuestras libertades y nuestra conducta. De una vez por todas podríamos devolver las historias a los libros, devolver los libros a los estantes e interpretar el mundo sin dogmas ni complicaciones.

Imagina que el cielo no existe, mi querido seis mil millones, y de inmediato verás el cielo abierto.

Salman Rushdie

27 de noviembre de 2006

Clara

Hoy hace seis años que mi hermana se suicidó.

Como escribí hace un año, todos en la familia llevamos esta fecha grabada a fuego en el alma. El 27 de noviembre siempre será para mí un día triste, feo.

Ya no siento el dolor agudo de los primeros tiempos, eso es verdad, pero llevo todo el día al borde de las lágrimas.

Empiezo a aceptar que nunca me acabaré de acostumbrar a su ausencia. Aprenderé, he aprendido, a vivir sin ella, pero a base de no darle muchas vueltas al hecho de que nunca (sólo aquí tiene realmente sentido la palabra nunca) la volveré a ver, ni a abrazar, de que sólo podré escuchar su voz en mis sueños, su voz que a veces no estoy seguro de recordar aún.

Intento ser optimista y apreciar lo que he aprendido de esta convivencia cotidiana con la pérdida, con el vacío que deja en la vida la desaparición de una persona, quizá la única persona, que se supone (qué fácil se dan por supuestas ciertas cosas) que iba a acompañarme toda la vida. Los padres han de morir, es ley de vida (puta vida), antes que los hijos; los amigos, como mi querido idiota de J, pueden separarse, enfadarse, irse; los amantes se van sucediendo, nos matan, nos reviven. Pero los hermanos, así me gusta verlo, deberían estar ahí siempre.

Hace unos años, mi padre me dijo algo así como: "Ahora tú eres hijo único". Yo le contesté que no era verdad, que soy quien soy, soy como soy, en gran parte, porque crecí junto a esa persona excepcional que fue mi hermana.

Y ahora también soy como soy, en gran parte, porque Clara ya no está aquí.

20 de noviembre de 2006

Drifting

Me sobrecoge la inmensidad del océano internáutico, me pierdo en los inabarcables mares de la información, en cuanto me descuido pierdo toda referencia y quedo a la deriva, a merced de corrientes que no llego a entender, que no dependen sólo de mi curiosidad o mi estado de ánimo, sino también de cosas tan prosaicas como el diseño de las páginas o los algoritmos de búsqueda de Google.

De vez en cuando, si tengo suerte, alcanzo algún pequeño islote donde poner pie en tierra.

Lugares como este mío, donde otra persona escribe sus propios desvaríos, y los de los demás, que también tienen lo suyo...
El Roto llega a la Argentina.

16 de noviembre de 2006

My brown eyed girl

Hey where did we go,
Days when the rains came
Down in the hollow,
Playin' a new game,
Laughing and a running hey, hey
Skipping and a jumping
In the misty morning fog with
Our hearts a thumpin' and you
My brown eyed girl,
You my brown eyed girl.

Whatever happened
To Tuesday and so slow
Going down the old mine
With a transistor radio
Standing in the sunlight laughing,
Hiding behind a rainbow's wall,
Slipping and sliding
All along the water fall, with you
My brown eyed girl,
You my brown eyed girl.

Do you remember when we used to sing,
Sha la la la la la la la la la la te da

So hard to find my way,
Now that I'm all on my own.
I saw you just the other day,
My how you have grown,
Cast my memory back there, Lord
Sometime I'm overcome thinking 'bout
Making love in the green grass
Behind the stadium with you
My brown eyed girl
You my brown eyed girl

Do you remember when we used to sing
Sha la la la la la la la la la la te da.

Van Morrison


It isn't by far one of my favorite Van's songs, and I've read he doesn't care much for it either, but I've just heard it, for the millionth time, on the radio and for some reason :) it has struck me like never before...

14 de noviembre de 2006

Menos mal que no tenía cosas que escribir...

:P

Y más aún

La gran decisión no es entre Euskadi y España, sino entre ser vasco y español o ser vasco sin España. O ser español sin Euskadi. ¿Nos lo hemos planteado en serio? ¿Reforzar la identidad vasca requiere renunciar a la realidad en sus aspectos cotidianos, prácticos? La experiencia de la convivencia y la tolerancia plural, ¿no ofrece acaso mayores posibilidades de crecer como seres humanos si la asumimos como una riqueza, en vez de como un fastidio transitorio? Ni la asimilación ideológica, ni la separación legal serían positivas en el plano práctico o moral, pues fracturarían sin remedio la sociedad vasca y traerían graves consecuencias en lo económico y en lo humano para todos.

Maite Pagazaurtundua, "Los Pagaza. Historia de una familia vasca"

Más

Una amplia parte de la sociedad vasca tiene conciencia de comunidad, y sería capaz de resaltar espontáneamente nuestras diferencias lingüísticas y las especificidades culturales respecto a otras comunidades. Pero el fondo de narcisismo que permea el sentido de la identidad de algunos nos empuja a otros a replegarnos y ocultar nuestro propio orgullo acerca de nuestra rica identidad cultural y social.

En este intento de clarificación, con toda humildad aportaría algunas proposiciones provisionales:

a) Los vascos no estamos invadidos.

b) La lengua vasca vive un momento de desarrollo integral inusitado en su larga historia, pero requiere todavía una política de promoción pública desde los mínimos comunes denominadores de todas las formaciones políticas, y necesita el apego activo -el simbólico ya lo tiene- de los ciudadanos vascos. El mundo del euskera debería sacudirse además la manía persecutoria y trabajar por una cultura laica de la promoción lingüística.

c) El proyecto de secesión de las provincias vascas y la edificación de Euskal Herria como Estado nación no se sostiene en la realidad electoral persistente de Navarra, del País Vasco francés, o difícilmente en la realidad alavesa.

d) El proyecto de secesión podría activar asismismo un proceso de secesión de Álava con respecto a Euskadi, o procesos de descomposición microprovinciales de alianza a favor o en contra de la separación, invocando el mismo derecho de autodeterminación entendido como democracia directa y proceso constituyente soberano.

e) El tipo sociológico mayoritario del nacionalista vasco es etnocentrista pero no independentista.

f) No es realista considerar que tras un eventual proceso de secesión de la actual Comunidad Autónoma Vasca, las relaciones económicas, comerciales y sociales con España y los españoles permanecerían iguales.

g) El proyecto nacionalista independentista que conocemos al día de hoy no puede ser bueno para la sociedad si necesita implícita o explícitamente del engaño para intentar tener una posibilidad de triunfa.

h) El nacionalismo que gobierna apuesta de forma creciente por mantener la tensión como elemento estructural, dejando en vilo a la sociedad vasca y actuando con golpes de efecto continuos sobre el escenario político vasco y español. Ésta es una buena táctica para evitar ser interpelado sobre los desfases ideológicos de fondo que señalan diversos estudiosos y sociólogos no sospechosos de ser constitucionalistas.

i) El nacionalismo vasco, colectivamente considerado, no acepta en el campo electoral que los no nacionalistas somos sus iguales. Los etarras y su entorno nos llaman colonos o traidores. El resto ha acuñado durante años la consideración política de que somos "de fuera". El nacionalismo vasco no acepta la pluralidad ideológica vasca como algo positivo y, en el verano de 1998, PNV y EA dieron la razón a ETA en que PP y PSOE somos "enemigos de la costrucción de Euskal Herria". Los no nacionalistas nos sentimos heridos moralmente por ello y golpeados políticamente en lo más profundo.

j) Es útil políticamente tener claro cuánto afecta la realidad extendida del miedo y de la amenaza en Euskadi a los que en la actualidad no están perseguidos. No es menor el efecto disuasorio que ejerce esta amenaza real sobre este colectivo. Conocer y reconocer las expresiones del miedo y la autocensura, ser conscientes de que se pueden controlar, originaría la espiral contraria, la de superar la amenaza totalitaria. Podría llegar a significar una oportunidad de fortalecimiento como sociedad y de generación de una sólida complicidad social para el futuro.

k) Resultaría útil más calma y menos improvisación en las opiniones vertidas desde fuera del País Vasco sobre la política vasca y especialmente sobre los líderes del nacionalismo vasco. De lo contrario, se obliga a los ciudadanos vascos a elegir, y éstos se cohesionarán en torno a los irresponsables más cercanos.

l) Las propuestas unilaterales y con rasgos populistas desde el campo nacionalista vasco pueden llegar a generar el nicho político para una alternativa idéntica desde el campo español, pidiendo la secesión con respecto al País Vasco, y consultas de autodeterminación, hartos de nosotros, los vascos. Coyunturalmente podría traer un nuevo factor de distorsión social.

Maite Pagazaurtundua, "Los Pagaza. Historia de una familia vasca"

Más Pagaza

La apuesta paulatina, compleja, pero inequívoca por una Europa política no deja margen real para la apuesta por la secesión del País Vasco, desgajado de la actual España de las autonomías. El principio de realidad supone la gran baza del Estado y del constitucionalismo político. Pero encarna el peligro de que nos durmamos en tal certeza mientras la convivencia se deshace en nuestros dedos.

Como señala Ander Gurrutxaga en Transformaciones del nacionalismo vasco, las encuestas y estudios sociológicos indican que "el ciudadano típico de la minoría nacional en un Estado democrático moderno desea la etnocracia pero no la independencia". Esto no significa que no haya gente a favor de la secesión o partidaria de cambios importantes en el sistema político que lleven a una mayor autonomía política. Ésta es a su vez una de las bazas y una de las debilidades del nacionalismo político, que le lleva a jugar a las apariencias. Al mus. Y el mus es el juego del engaño.

El sociólogo Ander Gurrutxaga advierte para nuestra sociedad -como el propio Stéphane Dion lo hace a su vez para la sociedad quebequesa- que cuando a individuos que comparten grados de lealtad respecto a su identidad se les plantean conflictos irresolubles entre la lealtad al Estado y a la "nación", la lealtad a la nación suele ganar la competencia. Ésta es otra de las principales bazas que utiliza cada día el nacionalismo político en la contienda electoral. Es la que les ha asegurado hasta ahora el poder.

Maite Pagazaurtundua, "Los Pagaza. Historia de una familia vasca"

La apuesta por la franqueza

Después del libro de Maite Pagazaurtundua, que me ha tocado en lo más íntimo y a la vez me ha iluminado en lo político, en lo público, empiezo otro que ella recomienda y en el que se inspira para escribir unas consideraciones sobre el futuro de su tierra que espero copiar aquí un día de éstos.

El libro en cuestión se titula, en el francés original, Le pari de la franchise (La apuesta por la franqueza), aunque se ha traducido al castellano como La política de la claridad, que como título me gusta mucho menos aunque probablemente sea más preciso.

Lo escribe Stéphane Dion, a la sazón Ministro de Asuntos Intergubernamentales de Canadá, encargado de la relación entre el gobierno federal y los de las diferentes provincias que conforman el país y recoge una serie de conferencias y cartas abiertas en las que Dion, quebequés y francófono, expone su punto de vista sobre la unidad canadiense y sus esfuerzos para, desde el gobierno canadiense, hacer frente a la ofensiva soberanista, liderada por el Parti Québécois, en su tierra natal, Quebec, la única provincia de mayoría francófona en un país de habla mayoritariamente inglesa.

Apenas lo he comenzado a leer y espero no desistir, como hago con cuatro de cada cinco libros que empiezo.

Seguiré informando.

Infiltrados

Sigo con pocas ganas de escribir aquí. Se me fueron de repente (o poco a poco, ya no recuerdo) y me cuesta mucho encontrar algo que me parezca mínimamente relevante para hacer el (mínimo) esfuerzo de ponerlo aquí.

Pero bueno, el caso es que el sábado fui a ver Infiltrados, la última película de Scorsese, que tiene la rara característica de encabezar simultáneamente la lista de pelis preferidas por la crítica y la de más taquilleras en España.

Había leído y oído tantas loas a esta "obra maestra" que, como era de esperar, me decepcionó. O, mejor dicho, ni siquiera me decepcionó, me dejó frío.

Es verdad que es entretenida, que las dos o horas y media que dura se te pasan volando, pero poco más. Me interesa poco la historia, no me creo del todo a ninguno de los actores, no me emociona.

Y para rematar, sale mi querido President Bartlet como jefe de policía y yo no puedo evitar verlo haciendo sus coñas de sabelotodo en el Despacho Oval.

10 de noviembre de 2006

Sólo admiras a los viejos, sólo el arte
de los muertos mueve tu pena
Lo siento mucho, mi viejo, pero no vale
la pena morir para agradarte

Marcel, siglo I, d.C.

8 de noviembre de 2006

Los Pagaza

De pie, delante de un puerta de tantas del aeropuerto de Barajas, ante unos taxistas y sus vehículos recibí una llamada de una persona que vive fuera del País Vasco. Le pregunté inmediatamente: "¿Por qué me llamas?". Abrumado, muy tenso me indicó: "¿No lo sabes?". Y yo: "Ahora sí". Terminé casi de inmediato la conversación y me acuclillé ante la puerta de aeropuerto mientras se me escapaba un alarido y el llanto. Indiqué a un taxista de los que me miraron asustados que me llevara de vuelta al hotel.

Atravesaba el pasillo de acceso a mi habitación cuando vi a una mujer que limpiaba las habitaciones. "Han matado a mi hermano" debí de decir y me aferré a como una naúfraga a la mujer desconocida. Abandonada en su regazo pude sentir que se abría por dentro para arroparme sin dudar, para sacar a flote con la fuerza del cariño a la mujer que se quebraba, que se hundía, sin fuerzas, sin esperanza entonces, casi sin remedio. Sin preguntas, con una entrega esencial, hay seres humanos capaces de darse para impedir el abismo interior de otra persona. Sentir el calor de otra persona no es una metáfora porque noté de forma absolutamente física la tibieza de madre de la piel de aquella mujer desconocida. Siguiendo el instinto humano, aquella sabia piel me sacó a flote. En la habitación, la mujer me recuperó de lo oscuro y después vinieron las tilas, las primeras llamadas a los seres queridos, el miedo a perder a aquellos que amo y la solidaridad espontánea entre sus compañeras que organizarían una tarde de rezos por la recuperación de Joxeba cuando acabaran el turno de trabajo. Ahora puedo imaginar la fuerza de su fe aquella tarde y la desolación por Joxeba, al que habían hecho suyo sin conocerlo cuando supieron que había muerto.

Maite Pagazaurtundua, "Los Pagaza. Historia de una familia vasca"

5 de noviembre de 2006

Rain keeps on falling

Ya casi no recordaba la sensación de levantarme en mi cama de Majadahonda a un día gris y lluvioso.

Siempre he asociado estos días a un tipo de música muy particular. Por eso, aún en pijama, he salido de la cama para meter en la cadena este disco de Liam O'Flynn.

Y he vuelto a tierras del norte donde nunca estuve,
a tiempos que no he vivido.