15 de diciembre de 2006

Fernando

Hay hombres que nunca son viejos. O que les envejece el cuerpo pero no el alma. El alma está en los ojos. Hay hombres que siempre tienen los ojos jóvenes, brillantes. Las mujeres hermosas, dijo Onetti, atraviesan adolescentes los años. Los hombres también. Hay hombres que siempre son modernos, que tienen una forma de mirar que se renueva en cada época. Hay hombres que tienen la rara cualidad de parecer siempre atractivos a las mujeres, hay hombres que siempre te perturban, a los que nunca puedes ver ni como padres, ni como hermanos, ni como abuelos, porque esos hombres no pierden jamás su capacidad de conquista y siempre son hombres, sin más adjetivos. Hay muy pocos hombres de ese tipo, porque lo habitual es que los hombres se vayan amoldando a los años, esos años que van pesando en los hombros, que te hacen más pequeño, como si te empujaran literalmente hacia el hoyo en el que todo el mundo acaba. Hay hombres que siempre nos gustan. Hay hombres de los que es prácticamente imposible no enamorarse un poco, o a lo mejor mucho. Da igual la edad a la que los conozcas. Yo conocí a Fernán-Gómez hace ¿diez años? No recuerdo la fecha, pero sí la noche como si la memoria me la devolviera intacta. La noche en que sentí el magnetismo de la melena blanca de los pelirrojos, de los ojos que miraban como si fueran capaces de salvarte o de hacerte daño, de esa voz que sólo puede ser suya, la voz que asusta o que consuela. No me perturbó por su sabiduría, que la tiene, ni por la admiración que siempre le he tenido, ni por ver en persona al actor por el que sentí adoración. De Fernando, en persona, me perturbó el hombre. La mirada del hombre que sigue llena de deseos. Por eso, cuando ahora leí las palabras melancólicas que envió al Festival de Berlín para agradecer su premio, en las que hablaba de cine, creí intuir una melancolía mucho más íntima, la del hombre siempre joven enfrentado al paso del tiempo, la rebeldía íntima, la rabia. Qué importa el cine, la literatura, la fama, el dinero, la gloria. Ésos son premios de consolación. El único premio que nos merecería la pena es que nos devolvieran la juventud. Esa juventud que aún brilla tozuda en los ojos de Fernando.

Elvira Lindo

Me temo que alguna de mis lectoras habituales, harta ya de la foto del gran 33 de los Celtics, se sentirá defraudada al darse cuenta de que, cuando al fin me animo a añadir un nuevo post, voy y cuelgo este texto que ya leyó hace tiempo ;)

Pero es que ayer fui por fin a ver La silla de Fernando, el documental de Luis Alegre y David Trueba sobre el gran Fernando Fernán-Gómez, y tenía que ponerlo.

Tenía que ponerlo porque yo también creo que existen hombres como los que describe Elvira Lindo (y mujeres como las que menciona Onetti, claro...), y que Fernán-Gómez es uno de ellos. Porque ayer pasé hora y media disfrutando de su inteligencia, de su lucidez, de su sentido del humor, de sus maldades, de su masculinidad.

A sus 85 años, limitado a una sola copa de whisky a la semana "por prescripción facultativa", este pelirrojo inimitable responde a las preguntas de los directores sobre su vida, su profesión, las mujeres, la política, Dios y los curas... Y siempre dice cosas interesantes, a menudo divertidas, a veces incluso desternillantes.

En tres palabras, Fernando es

El puto amo

En un país necesitado de supuestos símbolos de unidad, pocas cosas ayudarían más que la admiración compartida. Y sin embargo, como bien explica Fernando Fernán-Gómez en La silla de Fernando, nuestra pequeña película-conversación con él, la característica común de los españoles no es la envidia, sino el desprecio. Y además, el desprecio a la excelencia. En este país, los listos se tienen que hacer pasar por tontos para sobrevivir o aspirar al aprecio. La sinceridad está penada frente a la hipocresía. Y nadie se atreve a decir lo que piensa, sino que se esmeran en decir lo que los demás quieren oír. A la gente valiosa y descollante se le trata de encontrar un defecto, reducir a una caricatura para hacerlos asequibles. Y no es así, habría que enseñarle a la gente que ante ciertas personas, y Fernando es uno de los elegidos, el complejo de inferioridad está totalmente justificado.

Resulta complicadísimo encontrar una carrera más completa e inabarcable que la de Fernando Fernán-Gómez. Hombre de teatro, actor en películas que componen la historia del cine español, es director de algunas obras maestras, desde El extraño viaje o La vida por delante hasta El viaje a ninguna parte. Es escritor de novelas y de un memorable tomo de memorias, El tiempo amarillo. También de una de las obras fundamentales de nuestro teatro, Las bicicletas son para el verano. Y todo ello siendo sólo un cómico hijo de una cómica.

Escucharle hablar en la relajación de una sobremesa es uno de los espectáculos más reconfortantes y divertidos que uno puede presenciar. Su pensamiento es libre, imprevisible, único, alejado de los lugares comunes o la vanidad. Su sentido del humor es apabullante. Un día, después de una reunión con él, Luis Alegre y yo decidimos filmar su conversación. Creíamos que era tal la calidad y el encanto de su charla que merecía una película. Nos sentíamos tan afortunados por conocerle... Y nos salió una comedia, claro, hora y media de risas y lúcidas observaciones. Algo que no podía quedar reservado sólo para sus amigos e íntimos. Para definir la grandeza de Fernando, hace tiempo que Luis Alegre y yo sólo nos remitimos a la precisa definición de otro amigo, Álex de la Iglesia, cuando sin andarse por las ramas dijo: "Fernando Fernán-Gómez es el puto amo". Pues eso, el puto amo.

David Trueba

1 comentario:

g dijo...

Además del texto inolvidable de Elvira Lindo, lo que no se me iba a pasar es que tú, gran mitómano donde los haya, no ibas a rendir tributo (=ver documental) y no dar cuenta (=escribir) con el pertinente aditivo proselitista que caracteriza tus loas.
Grande pasar de Larry a Fernando.