17 de julio de 2007

Youssou

No sólo tengo esto con telarañas, sino que cada vez que cuelgo algo me limito a copiar y pegar. Eso sí, siempre son cosas que a mí me han interesado o emocionado.

Esta vez tenía pensado desde hace unos días copiar las últimas páginas del último libro que he leído, y aún no descarto hacerlo, porque es de las cosas que más me han emocionado en muchísimo tiempo, aunque probablemente quien lo lea no entenderá por qué. Supongo que, en parte, porque lo leí en un momento de crisis absoluta (que, informo, sigue abierta), en el avión de vuelta de Berlín, la semana pasada.

Pero hoy no será eso lo que pondré aquí, sino turroncete casero, calidad suprema.

Como sabréis quienes me conocéis, soy un adicto a la música. Llevo años ordeñando la internet, soulseek mediante, tratando siempre de descubrir, a veces redescubrir, nuevas voces, nuevos ritmos que, dados mis gustos musicales más bien clásicos, de nuevos suelen tener poco...

Sin embargo, no tengo ningún conocimiento de teoría musical, y menos aún sé tocar algún instrumento. Simplemente siento la música, me emociona, me conmueve. Y con suerte, además de eso, que es realmente lo importante, hay veces en que me hace pensar.

Anoche, por ejemplo, en el conciertazo del gran Youssou N'Dour.

Ha sido la segunda vez que veo en concierto, después de la extraordinaria experiencia de hace un par de años, con mi amiga C.

Y ayer se repitió el milagro.

Como esperaba, en el público, al menos en el foso delante del escenario del Conde Duque, abundaban los jóvenes senegaleses, esos míticos negrazos que tanto me impresionan. Hace dos años, sin embargo, esto me sorprendió mucho. Entonces, la entrada costaba más de 30 euros, y yo suponía que el público estaría formado mayoritariamente por gente más o menos como yo, jovenzuelos con ínfulas culturetas en búsqueda de estímulos exóticos, blanquitos hipijillos en fin. Y sin embargo, los inmigrantes senegaleses llenaban la mitad del aforo de la Sala Arena, bailando como sólo ellos pueden, cantando emocionados todas las letras de esta megaestrella africana.

Veo que se me está yendo la inspiración, así que intentaré abreviar :-)

Tuve anoche sentimientos encontrados.

Por un lado, gocé con la poderosa música de N'Dour, me dejé llevar, bailé lo más negro que pude (mención especial para mi camisa "hawaiana" ;-), regalo de L…), me quedé con ganas de más.

Por otro lado, sentía que algo era falso, incómodo. En realidad, no tenía nada que ver con la música, maravillosa, sino con sus circunstancias: Youssou N'Dour, cantante y compositor extraordinario (a juzgar por la emoción con que recitan las letras de sus canciones sus jóvenes compatriotas, letras sobre la inmigración, sobre la cara oculta de África, sobre las desigualdades entre los países enriquecidos y los empobrecidos, como Senegal), es sin embargo un hombre muy rico que, en un país rico, canta para un público, pese a todo lo dicho, mayoritariamente blanco, y más o menos rico.

No consigo explicar bien la sensación que tuve anoche, quizá podría llamarlo simplemente mala conciencia por las desigualdades que, aunque disimuladas anoche, yo no podía dejar de ver.

Mezclada además con la constatación de que, por mucho que lo intentemos disimular, por mucho que yo trate de convencerme de lo contrario, la música es un espectáculo, una exhibición en la que el artista siempre acaba, más o menos, dando a su público lo que éste espera, como cuando Youssou N'Dour, después de todo un recital de enérgicos ritmos africanos, termina regalando a los europeos esa Seven seconds que, sin embargo, no deja de ser una bonita canción. O como cuando Dylan, de quien tantas veces se ha dicho que es el más libre de los grandes, que parece despreciar a su público cuando no se digna a levantar la vista de su piano ni siquiera una vez en todo el concierto, vuelve a tocar por millonésima vez su Blowin' in the wind, para que todos podamos corear ese himno cuasi religioso que tan lejos le queda a él, y a nosotros…

En fin, acabé desbarrando, as usual.

Pero lo dicho, la música de Youssou me hizo sentir, moverme y pensar. ¿Se puede pedir más?

No lo sé. Pero de momento, pasado mañana, Tiken Jah Fakoly en el Círculo de Bellas Artes...