Sé que no es la humildad precisamente algo que me defina. Y sin embargo, es algo que cada vez admiro más en la gente, pues lo interpreto como signo de sabiduría: la vida nos va poniendo en nuestro lugar, que muchas veces está por debajo (signifique esto lo que signifique) de donde nuestras fantasías nos sitúan.
Hace unas semanas, una persona, en un acto de generosidad por el que siempre le estaré agradecido, me puso frente a mis miedos, mis inseguridades, que se traducen, como pasa tantas veces, en prepotencia, en una aparente indiferencia por lo que los demás piensen o sientan.
Estoy tratando desde entonces de que la lección tenga consecuencias prácticas, de que cambie cómo me relaciono con la gente que me importa, y también con el resto del mundo.
No sé si alguien más está notando el cambio (entre otros motivos porque, con lo asocial que estoy, tampoco es que haya tanta gente a la que preguntar...), pero yo sí.
Me siento vulnerable. Y eso a la vez me gusta, me hace sentir vivo, y me asusta. Porque sé que puedo sufrir, que no todo me resbala, que bajo la burbuja de hormigón armado late un corazoncito caguetilla pero con ganas de querer y ser querido.
Si a eso sumamos la sobredosis de ternura que he recibido en vena en las últimas horas, que ha hecho mella en mi normalmente impenetrable cota de malla de ironía y desapego, creo que os podéis empezar a hacer una idea de cómo estoy (de cursi) hoy.
* © yapalf
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