Es cierto que dura apenas un rato más de lo que dura el propio concierto, que se va desvaneciendo lentamente hasta quedar, como ahora, ya en el recuerdo, pero una de las cosas más mágicas que yo experimento, y no dejo de hacerlo, es el poder de la música para elevarme lejos de mis miserias cotidianas a un lugar donde todo es más intenso, más vivo, más real. Y en ciertas ocasiones, como anoche en el concierto de Lucinda, incluso para provocarme la sensación de sanación casi física.
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