25 de abril de 2011

Disciplina

Recuerdo las tardes pasadas enteras en la biblioteca de Humanidades de la UAM resolviendo problemas de Física, practicando los ejercicios que caerían en los exámenes.

Recuerdo la sensación de cansancio intelectual al salir de allí hacia el tren de vuelta a Majadahonda, alguna vez, con la satisfacción de haber cumplido con los objetivos que me había marcado en mi preparación.

Recuerdo sobre todo (o quizá imagino, nunca se sabe, o al menos yo nunca sé) la capacidad de concentración que admiraba a B., a la que ignoraba mientras, con los cascos y el jazz para terminar de aislarme, me sumergía en ideas, teorías, fórmulas, que ahora me parecerían absolutamente indescifrables, y muy probablemente aburridísimas.


Pienso en esto ahora que acabo de terminar el librito de la Tusquets, de apenas 140 páginas, y que he leído, pese a todo, a trompicones, a lo largo de varios días.

Y sueño que recupero la disciplina mental de entonces (probablemente imaginada, insisto), y que soy capaz de no dejarme vencer por la tentación de abrir el correo, mirar qué hay de nuevo en Facebook (¿acaso hay de veras algo nuevo alguna vez?), leer las noticias, escribir en el blog.

Sueño que empiezo un libro, uno de entre todos los que se van acumulando inmaculados en mi habitación (pero cubiertos de polvo, eso sí), y que no lo dejo hasta terminarlo. Que pasan las horas y ni siquiera me doy cuenta de que, como ahora, empieza a llover, de que se va el sol, de que he tenido que encender la luz para poder seguir leyendo (nada de iPad ni polladas en mi fantasía.)

Pero ni siquiera he terminado este post y ya estoy mirando el correo, no vaya a ser que alguien esté esperando impaciente que le responda...

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