En tres semanas viajo por fin a Nueva York.
Es un viaje muy especial para mí.
Tanto que, aunque me pongo al teclado con intención de explicar por qué, siento que no voy a ser capaz. Demasiadas ideas, demasiados años dejando que mi conciencia (y mi inconsciente...) sean invadidos por la cultura que emana (alguien diría que se fabrica) de allí (y también, sobre todo, de L.A.)
Se dice que NYC no es Estados Unidos, que es un lugar aparte. También, que (al menos por ahora) es la capital del mundo. Yo no lo sé. Pero sí sé que a mí me llama como ningún otro lugar.
De momento, estoy buscando planes para esos diez días, cosas que ver, que hacer (espero tus recomendaciones, g. ;-).
Ya he encontrado alguno: dando rienda a la parte friki que hay en mí (la disimulo bien, eh... :-P), he pedido invitación para pasarme por la Web 2.0 Expo, y poder ver en directo a alguno de mis gurús.
Pero sigo buscando cositas, y acabo de dar con una bien tentadora, aunque más por su punto simbólico que por lo que vaya a ser en la práctica: los días que estoy allí nada menos que el jefe de jefes, san Bob Dylan, toca en directo.
No creo que acabe yendo, porque las entradas cuestan una paaasta, y además las dos veces que lo he visto, aquí en España, no hacen que mis expectativas sean muy altas.
Pero, coño, es Dylan. Y en NY. Y yo soy un mitómano redomado. Eso tiene que signicar algo, ¿no?
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