4 de enero de 2006

Estoy en un mood totalmente opuesto al que haría falta para "trabajar" (entre comillas, sí).

Afortunadamente (al menos, por hoy), no tengo jefa, ni siquiera compañero, y aunque sí tengo cosas que hacer, no es necesario que disimule que no tengo ninguna intención de hacer nada por un rato.

Acabo de estar leyendo el blog de un canadiense, y ahora seguiré haciéndolo. Pero, de repente, he sentido la necesidad de escribir algo. Y como el post anterior, que subí hace media hora, lo escribí sólo porque me parecía que ya tocaba, que llevaba mucho tiempo callado, pues ahora me explayo.

En su blog, este tipo no cuenta grandes cosas, no son reflexiones "profundas" (entre comillas también), sino simples pedazos de su vida cotidiana. Leyéndolo me doy cuenta, una vez más, de cuánto nos parecemos (al menos, los habitantes del "mundo libre"), por muy lejos que vivamos, por muy distintas que sean nuestras lenguas: el tío lamenta que, en esta época de bares estilosos e impersonales, caros y huecos, le hayan cerrado el garito donde todos los jueves se tomaba unas cervezas y jugaba a los dardos con sus colegas. Y luego varios ciberamigos (entre los que creo que hay amigos personales y gente que sólo lo conoce a través de la red) coinciden con él en lamentar la pérdida del bar.

¿Por qué coño se empeñan en abrir más y más bares horteras, pijos, limpios y fríos?

Cuando, como el canadiense dice, y yo suscribo plenamente, word by word:

"Low-key places like that are absolutely what makes life good. I'm being serious, here.

We do too much rushing and engaged in passive entertainment, whereas going there is just people entertaining each other.

Its so human, its great."

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