Ayer Savater volvió a repetirnos las verdades del barquero. Nada que un buen fan no haya oído ya unas cuantas veces, pero yo no me canso. De hecho, lo que dijo me lleva a esta modesta reflexión:
En España (me imagino que otros países también, aunque quizá no hasta ese punto), tenemos una tendencia generalizada a culpar de todos los males de la sociedad a la "clase política", que por supuesto no tiene nada que ver con nosotros, los ciudadanos.
Aunque reconozco que también es práctica habitual culpar a Franco de todos los males actuales, es posible que esta actitud sea de alguna forma herencia de los casi cuarenta años de dictadura, durante los que estuvimos (estuvieron) desposeídos de nuestros derechos políticos, y por tanto nos acostumbramos a ver a quienes mandaban como pertenecientes a una categoría distinta.
El caso es que, como dice Savater, creo que haríamos bien en aceptar que los políticos son como nosotros, quizá demasiado como nosotros ("humanos, demasiado humanos", dijo él); que tenemos los políticos que nos merecemos; que si no son mejores es porque no les exigimos más, o no los cambiamos, incluso presentándonos nosotros mismos a las elecciones.
Pero muchos no estamos dispuestos a tomarnos la molestia de dedicar tiempo y esfuerzo a la actividad política. Y sin embargo no paramos de quejarnos de lo que hay, de lo mal que está todo. Quejas retóricas que no conducen en la práctica a nada. Y que a mí personalmente hace ya tiempo que me cansan.
Relacionado con lo anterior, creo que otro de los males que aqueja a nuestra sociedad (también sé que esto no es endémico, pero tiendo a pensar que es más grave aquí que en otros sitios), de lo que algo se atisbó ayer en el turno de debate (bien animado, por cierto), es el sectarismo: Muchas veces, parece que uno es de un partido político como se es forofo de un equipo de fútbol, manque pierda. Y así, como comentaba Savater, es habitual, aunque no deja de ser descorazonador, que políticos de cualquier signo inculpados e incluso condenados por corrupción, sigan contando con un considerable apoyo popular. (A mi kabeza viene un tal Jesús Gil, alias La Cosa, al que dios tenga en su gloria...)
Dos cosas me gustaron especialmente de la experiencia de ayer:
Que Savater se encendiera y respondiese con educación pero con considerable contundencia a quienes defendían la objeción a la asignatura de educación para la ciudadanía, en particular dejando traslucir el argumento, reaccionario a más no poder, de que la transmisión de valores a los niños es responsabilidad exclusiva de los padres, de la familia.
Como explicó don Fernando, si los niños fuesen a vivir toda su vida sin salir de sus casas, sin relacionarse con nadie más que con su familia, se podría llegar a aceptar que recayese únicamente en ésta la obligación de educarlos (domarlos). Pero desde el momento en que viven en sociedad, ésta en su conjunto también tiene algo que decir, algo que enseñarles. De hecho, continuó Savater, una de las obligaciones de la sociedad para con los niños es hacerles ver que en la sociedad existen opiniones, formas de ver la vida, distintas de las de sus padres; que los hijos "no están obligados a repetir los errores (o los aciertos)" de sus mayores.
También me llevé una sorpresa agradable cuando Savater, al que tenía por moderadamente tecnófobo (quizá simplemente porque su actitud ante las nuevas tecnologías es algo más escéptica que la que impera, que la mía), alabó las virtudes de Internet como medio para el ejercicio de la acción política, llegando a afirmar que la existencia de UPyD, el partido al que presta su apoyo y que contribuyó a fundar, sería imposible sin la Red.
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