Quizás por cansancio de la opacidad de los lenguajes críticos, de la vacuidad o la pedantería disfrazadas de prestigioso hermetismo que tanto abundan en las artes, de la autocomplacencia o la desgana confundidas con el estilo, me gusta cada vez más leer a los buenos divulgadores científicos. Los críticos literarios y los expertos tienden con mucha frecuencia a convertir en incomprensible lo que está al alcance de todo el mundo: un buen escritor de ciencia hace exactamente lo contrario, esclarecer dentro de lo posible aquello que por naturaleza es muy difícil. ¿Quién dice que la novela tiene el monopolio de la imaginación narrativa, o los libros de versos el de la poesía? Pocas metáforas conozco tan poéticas y a la vez tan exactas como la que usa Richard Dawkins en el título de uno de sus libros sobre evolución, “The Blind Watchmaker”, el relojero ciego. Mañana me voy a Cádiz a un congreso sobre las ciencias y las humanidades. Mientras preparaba mi intervención, encontré esta cita del gran Richard Feynman:
“Nuestra imaginación se extiende hasta el máximo no para imaginar las cosas que no existen, como en la ficción, sino tan solo para comprender las que existen realmente”.
Antonio Muñoz Molina, en su blog.
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