20 de febrero de 2006

Desde el viernes por la tarde hasta esta mañana, he tenido el cerebro en off: en todo el fin de semana no he visto prácticamente a nadie, ni siquiera he hablado con casi nadie. Como dicen los yankees, he estado AWOL.

Pero me sigo debiendo una crítica de la última peli que he visto en el cine, Los tres entierros de Melquíades Estrada. Y allá va.

Es el debut en la dirección de Tommy Lee Jones, un actor muy peculiar, de rostro y gestos inconfundibles. Resulta que el tío es texano, tiene un rancho y habla español. Y siente muy cercano el drama de los inmigrantes mexicanos que arriesgan su vida para alcanzar el sueño americano.

Todo esto se refleja en la película, una historia fronteriza de amistad, de lealtad más allá de la muerte, un viaje algo alucinado y en sentido inverso al más habitual, en el que un gringo viaja a México con el cadáver de su amigo Melquíades, muerto en oscuras circunstancias al norte de la frontera.

El guión es de Guillermo Arriaga, que también escribió los de Amores perros o 21 gramos. Y se nota. Sobre todo en la primera parte de la película, donde saltamos una y otra vez, sin solución de continuidad, del pasado al presente, y vuelta hacia atrás. También en el humor escatológico que salpica toda la cinta.

T.L. Jones está magnífico en el papel de ese gringo algo autista, que por momentos parece bordear la locura en su obstinación de enterrar a su amigo muerto en el lugar del que provenía.

En fin, una gran película, y ya van unas cuantas últimamente, después de bastantes meses de sequía. Y todas americanas.

Y el jueves otra vez al cine, por cortesía esta vez de Radio 3: Capote, con el gran Philip Seymour Hoffman. La cosa promete.

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