18 de abril de 2006

Últimamente tengo esto un poco desatendido, me dedico únicamente a copiar cosas que me parecen interesantes.

Hoy he decidido hacer un pequeño esfuerzo y escribir algo propio.

Ayer volvía de Alicante en autobús, sentado en la ventanilla del lado que daba hacia el oeste, y pude contemplar en toda su duración una hermosa puesta de sol sobre la llanura castellana. Y me dio que pensar.

Esta mañana, echando un ojo al periódico en internet, he encontrado una reseña del nuevo libro de aforismos del físico Jorge Wagensberg, titulado con un aforismo también: A más cómo, menos por qué. En el artículo se citan algunos más, entre los que me quedo con éste:

Lo improbable asombra a todo el mundo, lo cotidiano sólo al genio.

Es justo lo que me pasa a mí (así que debo de ser un genio... :-P).

Por ejemplo ayer, mientras veía cómo el cielo se abría, tras una tarde gris y lluviosa, para dejar que el sol se despidiese con unos últimos destellos naranjas, rojos incluso, que compusieron un espectáculo grandioso en todo el horizonte.

Me impresionan los atardeceres, y tanto o más aún los amaneceres. A menudo me incitan a pensamientos sobrecogedores sobre las distancias siderales que nos separan del Sol, los miles, millones de años que lleva repitiéndose el espectáculo del nacimiento y muerte del día y los miles, millones de años que seguirá sucediendo cuando yo ya no esté aquí, cuando mi cuerpo se haya disuelto en moléculas, átomos, que formen parte de esa tierra, esas nubes, que ayer miraba fascinado desde el asiento del autocar que me devolvía a la rutina, a lo cotidiano.

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