Vuelvo de mis cuatro días de vagabundo en París con las pilas cargadas y la saca llena de buenos propósitos... y de libros, claro. (Como éste de Tony Judt, que contribuye no poco a mi estado revigorizado.)
Apenas he hecho fotos. Como me pasa siempre, nunca encuentro el momento, y cuando lo hago, cuando las tomo, el resultado me decepciona. Así que prefiero simplemente mirar.
De todo lo que hay por ver, que es mucho (y más aún en primavera...), me quedo con sus parques y jardines: los más conocidos (el Jardín de Luxemburgo, las Tullerías, el parque Monceau...) y, sobre todo, los cientos de rincones verdes que aparecen al volver cualquier esquina, aprovechando el mínimo espacio entre edificios, todos bien cuidados, todos con los bancos verdes de rigor donde los parisinos (y el que esto escribe) se sientan a disfrutar de sus frugales almuerzos (o no tanto: el otro día, en el Parc Monceau, mi buen bocata de foie y de postre un pain au chocolat...)
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