El encuentro, la cena, la conversación, ya son una forma de regreso. La voz de Serrat cantando Mediterráneo despierta sensaciones indelebles de la adolescencia, los dieciséis o diecisiete años, las ganas de marcharse, las vísperas de una vida quimérica y sin embargo más real que la vida verdadera y forzosa. Corina, la madre de Ana, ha preparado una cena sólidamente española, que nada más entrar en el apartamento ya provocaba, con más precisión que la música, una emoción muy primitiva de reconocimiento. En los sabores y en los olores de la comida hay matices de lealtad que son más poderosos y calan más hondo que los recuerdos. Nada más salir del ascensor al pasillo largo, desierto, fantasmal como tantos pasillos americanos, en el aire había un anuncio de algo muy sutil que alertaba al olfato, un aroma familiar que se hizo más denso al abrirse la puerta, viniendo de la cocina, y también de muy lejos y de mucho tiempo atrás, como los sabores que embriagan el paladar cuando nos sentamos a la mesa y probamos la primera cucharada. En nuestro archivo de los olores y los sabores de eucaristía laica, una rememoración de sensaciones de comidas infantiles: el guiso de garbanzos tiernos, que se deshacen en la boca con la textura justa, el calor sabroso, con los sabores del sofrito y de las almejas, un puro estremecimiento de memorias gustativas, de pucheros hirviendo al fuego y manteles de hule en los días invernales de la infancia, hace mucho tiempo, mucho antes incluso de que llegaran el televisor y el frigorífico al comedor familiar y de que albergáramos por primera vez el deseo de asomarnos al mundo. El potaje de garbanzos con almejas, el vino de Rioja y de la Ribera del Duero son una celebración sentimental del origen que compartimos, de la suma de azares y decisiones que nos han hecho encontrarnos aquí, viniendo todos de tan lejos, como casi todo el mundo en esta ciudad de refugiados e inmigrantes. Los sabores, los olores, la música, el color del vino, su efecto sobre los estados de ánimo, alumbran vínculos entre nosotros y nos llevan de regreso al pasado, descargas químicas de memoria provocadas por las terminaciones nerviosas de las papilas gustativas.
Antonio Muñoz Molina, en Ventanas de Manhattan
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