20 de septiembre de 2011

Personajes y personas

Ayer vi Diamante de sangre, una peli de hace ya unos años que creo recordar que en su momento recibió buenas críticas (y que en IMDB tiene un 8, una puntuación muy alta).

Me pareció entretenida, aunque muy poco creíble, tanto la historia en general como, en particular, el personaje de periodista intrépida que interpreta la hermosa Jennifer Connelly (¡ojazos!).



Cada vez que hablaba, salían de su boca frases que una persona real nunca diría, y menos aún en la situación en la que las dice (en mitad de África, hablando con gente que conoce tan bien como ella, o mejor, la miseria de la región). Todos sus diálogos están plagados de lugares comunes del peor buenismo progre occidental y su expresión de indignación es tan impostada que parece que ni ella misma se la acaba de creer. No se me ocurren ahora mismo ejemplos concretos (es un decir, porque en realidad eran todo abstracciones), porque tenían tan poca chica que ya se me han olvidado.

Me hizo pensar en lo difícil que es conseguir que una historia particular, personal, trascienda sus limitaciones intrínsecas sin caer en despersonalizaciones como esta. Y en el arte de quienes logran contar historias universales a través de personas, no personajes.


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