24 de diciembre de 2009

En su día di fe de la derrota moral que para mí supuso caer en las garras de Apple, el lado oscuro (y estiloso y guay) de la fuerza.

Así que ahora me siento libre de confesar mi enganche con el puto iPod. Sobre todo por la posibilidad de conectarme a Internet sin tener que estar delante del ordenador. Por ejemplo, esta madrugada (aunque hoy no curro, a las 5:40 ya estaba despierto), que he pasado un buen rato escuchando programas de la NPR, la estupenda radio pública yanqui.

En particular, uno que ha hecho que se me saltasen las lágrimas varias veces (soy un puto llorón, sí) al recordar de nuevo al grandísimo Louis Armstrong, que fue quien, hace ya un porrón de años, me introdujo en el mundo del jazz, y que me sigue fascinando igual que entonces por su alegría, su entusiasmo, su maestría y su corazón.

No hay comentarios: