Encuentro en una página dedicada a Serrat esta entrevista (de Jordi Saladrigas, publicada en el año 97 en el suplemento dominical de El Periódico) que leí hace mucho tiempo y de la que siempre recuerdo estas frases, que tocan de lleno una de mis obsesiones más recurrentes, de la que no consigo deshacerme (ni ganas...):
— Usted, Joaquín, ha dicho que Madrid es una ciudad que admite fácilmente la doble nacionalidad. ¿Creen que a Barcelona le sucede lo mismo o le cuesta más que a Madrid ser mestiza?
— Serrat: Barcelona es mucho más mestiza que Madrid. Lo es de hecho y mucho menos de forma. Yo diría que, seguramente, Madrid es uno de los lugares de España, quizá el que más, donde, como ocurre con Nueva York, el ciudadano defiende menos la exclusividad, el derecho de ser de ahí.
— Sabina: Y no hay ni himno ni bandera, en Madrid. En Barcelona, sí.
— Serrat: En cambio, Barcelona es una ciudad donde la integración cultural de hecho se ha producido siempre de forma bastante natural. Seguramente también porque Barcelona es una tierra fronteriza, un puerto de mar, un lugar donde históricamente han ocurrido muchas cosas y todas las migraciones han pasado por aquí.
Voces de la ciudad
A la hora en que los mejillones chapotean en su salsa con alboroto de vermut, Joaquín Sabina suele saltar de la cama con la extrañeza de un resucitado. Pero esta mañana ha madrugado para coger un avión antes de mediodía, de modo que cuando llega a Barcelona parece desposeído de su alma, que aún está sobrevolando el Ebro. La mirada de Sabina transmite una vidriosa sensación de ausencia y su voz suena a oscuridad y desagüe, como si la noche siguiera bajándole por el sumidero de la garganta. Es una voz que pide luz, un lento despertar, algún estímulo.
En cambio, a esa misma hora en que el brillo del sol se confunde con el de las patatas fritas, la voz de Joan Manuel Serrat necesita un respiro. Llega atropellada del estudio, del despacho, y se proyecta acelerada hacia el placer inminente de la comida con su amigo. Los ojos le brillan con una urgencia acuosa y sus palabras incitan a la prisa.
Pero entre la voz ansiosa, transitada de uno y la voz aún en tránsito del otro surge sin dificultad la melodía de una conversación armoniosa. Y Joan Manuel Serrat (barrio del Poble Sec, Barcelona, 1943) y Joaquín Sabina (Úbeda, Jaén, 1949), el "Nano" y el "Vampiro" según cariñosa denominación mutua, componen en un instante una breve charla a dúo sobre estas dos ciudades cuya vida han cantado y de cuyo paisaje y memoria forman ya parte.
— Sabina: Oye, súbeme una cervecita, por favor.
— Serrat: ¿Pueden ser dos?
— Usted, Joan Manuel, es de Barcelona, y usted, Joaquín, está muy identificado con Madrid, aunque no es de esta ciudad.
— Sabina: No, yo no soy de Madrid, como la mayoría de la gente que vive en Madrid.
— ¿Qué es lo que hace que una persona, siendo o no siendo de una ciudad, la haga suya, se sienta de ese sitio?
— Sabina: Uno no elige los amores y yo no sabía que me iba a quedar en Madrid. Había pasado por Londres y por Granada y no tenía raíces, o fingía no tenerlas. De pronto llegas a un sitio y empiezas a sentirte más o menos cómodo. O simplemente te quedas y se convierte en tu casa. Es algo que no está planteado de antemano. O si lo planeas, sale mal, siempre.
— Desde la proximidad o desde la distancia, en cada caso, ¿qué imagen recuerdan tener de Madrid y Barcelona cuando eran niños?
— Serrat: Para mí es distinto, porque de Barcelona sí tengo una imagen de niño. De Madrid, no. De Madrid, la primera imagen que tengo es a los 20 años, cuando con una beca me voy a terminar mis estudios de perito agrícola. La recuerdo como una ciudad con tejados, algo que no había visto yo nunca. Para mí, las ciudades tenían terrats, terrados, no tenían tejados. Yo recuerdo Madrid como una ciudad con tejados.
— Cada persona guarda de una ciudad un paisaje íntimo que está hecho de rincones, momentos, calles, personas. ¿Cuáles son los suyos?
— Sabina: Para mí, de Barcelona, desde luego, desde la plaza de Catalunya para abajo. Rara vez he salido de ahí. Bueno, ahora porque tengo hoteles que están un poco más arriba, aunque no mucho más... Pero a mí, la Barcelona que me gusta es justo la que no tiene Madrid: el mar, la Rambla, el barrio chino, la plaza Reial y aledaños, toda esa cosa que ya se está perdiendo de marineros y de putas y de borrachos y de guitarristas callejeros. Eso siempre me fascinó.
— Serrat: Exceptuando los marineros, lo demás sí lo tiene Madrid, ¿eh?
— Sabina: Sí, pero Madrid no ha tenido nunca un barrio chino.
— Serrat: Bueno, no, no. Lo digo para entendernos, para que no quede la pobre gente de Madrid como gente que no tiene estas... características pintorescas.
— Sabina: Yo siempre he pensado que a mí me gustaría cambiarle a Barcelona el barrio chino y la Rambla por los Nuevos Ministerios de Madrid y la tuna de veterinarios.
— Serrat: Ja, ja, ja, bueno, la tuna de veterinarios igual resultaría excesiva en el trueque.
— Sabina: Ja, ja, ja, no se aclimatarían.
— Serrat: Del barrio chino, quizá por haberlo vivido y haberme criado ahí, yo tengo una imagen muy sórdida. Una imagen que es la de la ciudad vieja cuando yo crecí ahí. Mi abuela vivía en la calle del Conde del Asalto y yo pasé buena parte de mis semanas y mis meses en su casa. Y la verdad es que tengo una imagen de un barrio chino muy sórdido, con un pestazo a zotal tremendo, con unas putas viejas y desdentadas.
— Sabina: Pero no es igual vivirlo que soñarlo. Para mí, el barrio chino era la ciudad de los prodigios de Mendoza.
— Serrat: A mí, la imagen de la Sexta Flota y de los chicles y de la persecuta de los marinos buscando un Camel, pues joder, la verdad es que no tengo yo un recuerdo... Sólo me ennoblece este recuerdo cuando la Maruja Torres hace alguna novela, como la última que ha escrito. Pero realmente yo tengo un recuerdo muy sórdido. Claro, para ti debe ser lo mismo. Supongo que debe ocurrirte lo mismo en Madrid, por ejemplo con el barrio de los Austrias, todo ese recorrido que a mí me gusta mucho hacer y que repito constantemente como un ritual cuando llevo un tiempo sin ir.
— Sabina: A mí, lo que me gustaba del barrio chino era esa cosa como de Nápoles o de Marsella, de barcos, de putas, de gente fuera de la ley. Me excitaba mucho la imaginación, aunque es algo que seguramente no existía, sino que era como yo lo imaginaba. Luego era más sórdido, claro.
— Serrat: Creo que sí.
— Sabina ha dicho en alguna ocasión que la Barcelona posolímpica le parece una ciudad fumigada.
— Sabina: Sí, y sin embargo reconozco que en pocas ciudades del mundo se ha hecho un arreglo urbano como el de Barcelona, que a mí me parece hermosísimo. Todo lo que han hecho con la Barceloneta y el Puerto Olímpico me gusta muchísimo. ¿Pero qué culpa tengo yo de que me gustara tomar paellas en aquellos chiringuitos que ya no están? ¿Qué culpa tengo yo de que el paisaje de la primera Barcelona que yo viví lo hayan quitado y de pensar en eso como una carencia? Desde luego, supongo que la ciudad está mucho mejor que antes, eso nadie lo puede negar.
— Serrat: A mí me pasa un poco lo que a Joaquín. O sea, más matizado y vivido, pero tengo la misma sensación. Reconozco los grandes logros de esta ciudad, evidentes y necesarios, es decir...
— Sabina: Y que además se han hecho muy bien.
— Serrat: Era necesario absolutamente y se ha hecho estupendamente. Creo que la alcaldía de Pasqual Maragall será una de las que marcará esta ciudad por muchísimos años, porque la ha cambiado mucho. Ha abierto la ciudad al mar, toda la zona de la Barceloneta hasta prácticamente Sant Adrià. Barcelona es una ciudad que estaba cerrada al mar y se ha abierto, y la ciudad entera se ha beneficiado de ello. Pero yo no consigo que todo esto me haga olvidar que cuando voy a mi barrio y veo que me han tirado los patinadores donde yo rompía los culeros de los pantalones; cuando veo que afortunadamente ha desaparecido aquella prolongación de mi calle que terminaba arriba en Montjuïc, que eran puras barracas; cuando de alguna manera han construido un párking sobre mi niñez, reconozco que es muy hermoso, y que está muy bien, y que la gente que vive aprovecha mejor todo lo que hay, pero a mí me han jodido el decorado de mi infancia. Que nadie entienda o lea esto como si fuera algo profundo de lo cual no consigo arrancarme. Es un pensamiento que pasa un minuto por mi cabeza, pero que pasa, y que no deja de pasar.
— Sabina: Y que tiene que ver con crecer, y al crecer todo se acaba, cambia.
— Serrat: Es normal. Llegas a echar de menos la chabola en que te has criado.
— Sabina: Yo no deseo que Barcelona vuelva a tener putas desdentadas y vómitos por las calles. Lo que pasa es que ése es también el paisaje de mis sueños.
— Hablando de abrirse al mar, no poder cantar "nací en el Mediterráneo", como les pasa a quienes viven en Madrid y al resto de la humanidad, ¿es una carencia sin remedio?
— Sabina: La carencia es no haberla podido escribir y no haber cobrado los derechos de autor, ja, ja, ja.
— Serrat: Además, la carencia del mar la notamos más los que realmente necesitamos el mar, pero él no.
— Sabina: El mar no es mi amigo, no es de mi familia. Yo me quedo ante el mar como un cateto aterrorizado.
— Serrat: Como una señora que, cuando vio el mar, se lo quedó mirando muy fijamente y dijo: "Jesús, qué ocurrencia".
— Sabina: Ja, ja, ja. A mí me impresionó mucho lo de las niñas ésas que se fugaron a Portugal. El único comentario que fueron capaces de hacer es que vieron el mar y era más grande que en la tele. Pero el mar no es de mi familia. Yo me siento un extraño delante del mar.
— Por arquitectura y dimensiones se tiene la idea de que Barcelona es una ciudad más manejable y Madrid quizás más monumental. ¿El placer de pasear es idéntico en las dos ciudades?
— Sabina: En Madrid apenas existe ya. Sólo queda un poquito el paseo del Prado, y las terrazas enfrente del Gijón, y las terrazas en verano. Pero lo que más me gusta a mí de Barcelona, siempre que vengo, es salir del hotel por la mañana e irme a pasear por la Rambla. Es una de las ciudades más paseables que conozco, mucho más que Madrid. Madrid tiene otras cosas. El caos de Madrid a mí me gusta, la cosa de zoco árabe, la desorganización, el que todo pase ahí o al menos uno crea que todo pasa ahí.
— Serrat: Es verdad, la cosa caótica que tiene Madrid prende mucho.
— Sabina: Sí, da mucha vida. Madrid es una ciudad muy viva. Barcelona, en cambio, es una ciudad muy organizada, más limpia.
— Serrat: El Eixample hace mucho, organiza la ciudad, crea un orden, cosa que en Madrid no sólo no ocurre, sino que lo que pasa es generalmente caótico.
— Sabina: Yo creo que en realidad sucede lo contrario de lo que se dice: que los madrileños están enamorados de Barcelona y los barceloneses, cuando van a Madrid, se enamoran de Madrid. Al menos ésa es la experiencia que yo he vivido con la gente que conozco. Justo lo contrario de lo que se dice.¿No te parece? Hay una fascinación mutua.
— Serrat: Al menos a mí me ocurre, aunque yo creo que existe un extraño comportamiento que hace que este tipo de admiración mutua no...
— Sabina: No se escriba, no se diga.
— Serrat: Eso, que el cariño no esté por escrito.
— ¿La distancia política entre las dos ciudades es mayor que la humana?
— Sabina: Infinitamente mayor.
— Serrat: Yo diría que la distancia no es ni siquiera política. Es una distancia artificial fomentada por gente a la que le conviene mantener esta historia. Gente a la que le va muy bien, desde responsables de equipos de fútbol...
— Sabina: Hasta líderes políticos.
— Serrat: Hasta líderes políticos, que defienden exactamente la misma actitud, descaradamente y con un chovinismo desproporcionado e irreal. Y esto se transmite, ¿eh?, a fuerza de repetirlo te encuentras cosas terribles y actitudes que, si no fueran hasta cierto punto sorprendentes y exóticas, resultarían temibles.
— Sabina: Por cosas parecidas se han hecho guerras gordas e importantes. Yo creo que tanto el victimismo como el somos los mejores es una cosa que no tiene nada que ver con la vida de la gente.
— Serrat: Yo siempre recordaré con mucho cariño a la señora Encarna, que es la que vivía en los bajos de mi casa, la casa en la que también pasé gran parte de mi niñez. La señora Encarna, que siempre fue muy nacionalista, una vieja militante de Esquerra Republicana, muy sólida, manifestó toda la vida un cariño y un acercamiento al pueblo de Madrid enormes. Y se fundamentaba en cosas muy simples: por ejemplo, en el comportamiento de la gente en la vida cotidiana, o en la defensa del pueblo de Madrid en el 39. Es decir, eran hechos que le importaban en la misma medida. Yo, gracias a ella, conocí desde pequeño no sólo que la gente de Madrid era como nosotros, sino que me enseñó también que en el 38 hubo una defensa de Madrid acojonante en la que la gente de la ciudad tuvo mucho que ver. Y eso está bien. Está bien porque le transmite a un niño, por la vía más rápida que existe, una manera de ver y entender las cosas que le es necesaria para competir con la otra que los folclóricos están exportando constantemente.
— Sabina: De todos modos, Nano, y te cuenta esto alguien que no cree en estas cosas, hasta hoy uno me ha dicho: "¿Te vas a Polonia?" Es decir, que eso sigue ahí. No sé si conviene decirlo, pero...
— Serrat: Sí, sí, sí, yo creo que siempre es bueno que la mierda aflore.
— Sabina: Y además, Polonia está muy bien. A Polonia no he ido nunca, pero me gustaría ir.
— ¿Todas las ciudades son cantables?
— Sabina: Las ciudad son las que uno lleva en el corazón y ésa es la ciudad de tu infancia, o una ciudad que sueñas, o una ciudad que no existe.
— Serrat: Es difícil, porque cantar una ciudad, ¿qué es? Una ciudad no existe. Barcelona tiene tres millones de ciudades y cada habitante tiene un punto de vista de esta ciudad.
— Sabina: Yo, cuando hablo de Madrid, hablo de Babilonia, de los sueños de un niño de provincias.
— ¿Las ciudades, de noche, se parecen más?
— Sabina: Las ciudades, de noche, son exactamente iguales, porque de noche no vas por la calle, sino que estás metido en un rincón de un bar lleno de humo a ver si pasa algo que nunca pasa, y que nunca pasa ni en Barcelona, ni en Madrid, ni en ningún sitio. De noche son iguales. Y empieza a haber demasiadas ciudades donde no abren los bares o los cierran demasiado temprano.
— Serrat: Hay cosas que las distinguen: el acento, el murmullo de abejas que escuchas a tu alrededor. La música que sale de los aparatos también marca mucho.
— Sabina: Hay ciudades mejor hechas para emborracharte y estar con los amigos, como en México o Argentina. Lo de los horarios es muy importante. Hay una mística que no está basada exactamente en el trabajo. Por ejemplo, en Santiago de Chile es difícil encontrar un bar, porque la gente tiene que madrugar y tal, mientras que aquí se encuentran escapes para ir a sitios.
— Usted, Joaquín, ha dicho que Madrid es una ciudad que admite fácilmente la doble nacionalidad. ¿Creen que a Barcelona le sucede lo mismo o le cuesta más que a Madrid ser mestiza?
— Serrat: Barcelona es mucho más mestiza que Madrid. Lo es de hecho y mucho menos de forma. Yo diría que, seguramente, Madrid es uno de los lugares de España, quizá el que más, donde, como ocurre con Nueva York, el ciudadano defiende menos la exclusividad, el derecho de ser de ahí.
— Sabina: Y no hay ni himno ni bandera, en Madrid. En Barcelona, sí.
— Serrat: En cambio, Barcelona es una ciudad donde la integración cultural de hecho se ha producido siempre de forma bastante natural. Seguramente también porque Barcelona es una tierra fronteriza, un puerto de mar, un lugar donde históricamente han ocurrido muchas cosas y todas las migraciones han pasado por aquí.
— También usted, Joaquín, ha dicho alguna vez que no cree en el pasado porque lo mejor de su vida le va a ocurrir mañana. Las ciudades, sin embargo, están hechas de muchos pasados, muchas memorias.
— Serrat: Eso lo dice para sobrevivir.
— Sabina: Además, lo dice mucha gente que no lo practica. Yo creo que realmente se vive el momento.
— Serrat: Y no hay más.
— Sabina: No hay más. Ahora, la memoria o el pasado... Desde luego en nuestro oficio construimos con este material, sacamos de ese archivo. Uno no puede dejar de recordar o de soñar, pero el pasado se reinventa cada día. Yo creo que en las canciones que escribimos sobre lo que hicimos nos inventamos una biografía que no tuvimos. Por eso escribimos canciones. Si no, escribiríamos historia, ¿no?
— ¿Y qué sensación de saber que uno ha inscrito una canción en la memoria colectiva de una ciudad, en el paisaje de mucha gente?
— Sabina: Pues es emocionante. No hay nada más emocionante que saber que eso se ha convertido en una referencia colectiva para la gente. Bueno, hay algo más emocionante, que es cuando tienes una canción muy individual de amor y te encuentras a alguien con quien has follado y tiene un hijo, je, je, je.
— Serrat: Je, je, je, sí, eso es más personal. Yo estoy de acuerdo en que lo más grande que le puede pasar a un autor de una historia, un libro, una canción, es sin duda que deje de ser suya para ser de todo el mundo. Es decir, que la canción agarre una dimensión tan cojonuda que en un momento determinado nadie sepa quién la ha escrito y, en cambio, todo el mundo sepa qué dice la letra, y cómo lo dice, y que la tenga incorporada.
— En septiembre, durante el concierto de homenaje a Miguel Angel Blanco en la plaza de Las Ventas de Madrid, Raimon fue silbado por cantar en catalán. ¿Qué les dirían ustedes a quienes le pitaron?
— Sabina: Es que... bueno. Le echaré un piropo a José Sacristán, porque creo que no se puede decir mejor que lo dijo Pepe: ¿en nombre de qué libertad a alguien le molesta que alguien cante en algo tan sagrado como su lengua? Yo no soy nacionalista de nada, pero desde luego la lengua es mi patria. No hay nada más atroz que negarle a alguien su lengua, ¿qué puedo decir?
— Serrat: Yo, aparte de firmar lo que dice Joaquín, diría más. Es imposible plantear nada que vaya hacia adelante que se fundamente en la intolerancia. Es imposible. Es como querer construir un rascacielos con fundamentos de papel. Pero lo que sí me gustaría, para acabar, es decir que para mí, Madrid ha sido un lugar que de alguna manera generosa, entregada, me ha dado apoyo, cariño, me ha acariciado cuando lo necesitaba, me ha tratado como alguien que hubiera parido en su propio vientre. Y esto es algo que quiero agradecer públicamente, para que nadie nunca me pueda utilizar para nada que vaya en contra de una gente por el hecho de haber nacido en un lugar distinto al mío, a 600 kilómetros. Cuando a alguien le convenga tirar una piedra, conmigo que no cuente: ni para ser la piedra, ni para ser nadie que la menee.
— Sabina: Yo, pues lo mismo que él. A mí, Barcelona me ha tratado maravillosamente bien. Tardé en entrar, ya hacía giras nacionales y no cantaba en Barcelona. Y la primera vez que vine alguien me dijo: "¿Y te vas a atrever a cantar Pongamos que hablo de Madrid en Barcelona?" Naturalmente que sí. La he dejado de cantar últimamente porque ya no la canto en ningún lugar, pero la canté siempre y nunca jamás, jamás hubo ningún problema. Jamás. ¿Pero cómo va a haber problema por hacerle una canción de amor a una ciudad?
— Serrat: Ahora bien, aclara que él es socio del Atlético de Madrid.
— Sabina: No, yo soy del Espanyol, ja, ja, ja.
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