23 de diciembre de 2009

Para alimentar aún más mi mitomanía (como si hiciera falta), no contento con escuchar el disco y acudir fiel al concierto, el otro día compré en la Central (la mejor librería de Madrid, catalana ;) el libro que Benjamín Prado, coautor con Sabina de casi todas las canciones, ha escrito sobre la creación del disco Vinagre y rosas.

Lo he terminado esta madrugada (últimamente abro los ojos a las 5:30), lo cual es doblemente sorprendente: primero, porque he leído un libro entero (¡y en dos días!); segundo, porque lo he hecho a pesar de que no me ha gustado.

Y no me ha gustado no por lo que cuenta (nada de lo sabiniano me es ajeno) sino por cómo lo hace.

Por algún motivo, Benjamín Prado no me caía del todo simpático y leer el libro me ha reafirmado en mis prejuicios, aunque admito desde ya que parte de la tirria que le tengo es envidia pura por ser "primo", "hermano", "el mejor amigo" de Sabina.

Pero es que me parece que Prado está demasiado encantado de haberse conocido, de hacer taaantas cosas taaan interesantes, ir a taaantos sitios tan fascinantes, tener esos amigos taaan estupendos.

Un poquito de pudor, un poquito de modestia (aunque sea falsa), por favor.


Para resarcirme, empiezo sin solución de continuidad Confesiones de una vieja dama indigna, la segunda parte de las memorias de Esther Tusquets, que también habla de las cosas que ha hecho, los lugares que ha visitado, los amigos que ha tenido.

Pero sé que lo hace, aunque he leído sólo un par de páginas mientras desayunaba, de una forma a la vez mucho más "descarnada y sincera" (como dice la contraportada) e infinitamente más interesante.

Hala.

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