De la página de la Fundación Juan March me dediqué el otro día a bajarme una pila de charlas con las que pretendo entreter mis viajes diarios a Toledo.
Hay un poco de todo: historia de la ciencia, literatura, filosofía...
Yo, como un niño pequeño y ansioso, he empezado por el dulce más goloso, el que estaba seguro de que me iba a gustar: cuatro horas escuchando a Savater hablar sobre "Ética sin ideologías", para volver a disfrutar de su facilidad de palabra, su extrema claridad, su capacidad para la metáfora y la analogía, su sentido del humor socarrón y con un pelo de mala leche, su entusiasmo, su sensual, terrenal, luminosa inteligencia.
Savater, que, en particular en los últimos años, se ha convertido en un personaje polémico, incómodo para mucha gente, es para mí una de esas personas que hacen la vida mejor.
Cuánto se equivoca, qué corto se queda quien piense que él es únicamente, o sobre todo, el desabertzalador al que saludaba Sabina en uno de sus Ciento volando de catorce:
Niégate a barnizar el inclemente
muro de san Fermín con trampantojos,
llámanos por el nombre de la gente,
ayúdanos a andar, que andamos cojos.
Descalabra el establo y el casino,
desabertzala la kale borroka,
cuéntanos el secreto, y a Sabino
dale con los maquetos en la boca.
Por el Voltaire que nos desenmascara,
por la daga en la llaga del espanto,
por tu camisa limpia y tu cuchara,
por la oreja Van Gogh del tartamudo,
por la guerra a la paz del campo santo,
Fernando Savater, yo te saludo.
Joaquín Sabina
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