30 de noviembre de 2005

Anoche estuve viendo la primera parte de No direction home, el documental de Scorsese sobre los primeros años de la carrera de Bob Dylan. Me dejé la segunda para hoy, porque estaba disfrutando tanto que no quería que se me acabase el dulce.

Dylan es enorme, vastísimo, inabarcable. Hay mil Dylans, se ha pasado la vida reinventándose, despistando a sus fans, a sus fieles. Eso, que a tanta gente le disgusta o incluso le molesta (por ejemplo, al verle cantar para el Papa), es lo que más me atrae del personaje. Aparte de su música, aunque no entienda la mitad de sus letras.

Ayer, en el documental, encontré especialmente memorable una escena en la que Joan Baez recuerda cómo Dylan se podía pasar horas y horas delante de la máquina de escribir, componiendo sin parar.

Cada cierto tiempo, le pasaba lo que había escrito para que ella le hiciese comentarios. Baez dice que le encantaba todo lo que leía, aunque no entendía nada.

En alguna ocasión, incluso escribió lo que ella pensaba que él quería decir con alguna de sus canciones. Baez imita después a Dylan diciendo algo como: "Lo que dices es interesante. Seguro que dentro de unos años, algunos capullos se devanarán los sesos para entender qué significa y de dónde viene lo que escribo, y ni siquiera yo lo sé".

Y así ha sido, pero por muchas hipótesis y teorías que haya al respecto, el misterio de Dylan sigue intacto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

dios de dios, me despisto y mira lo que me cuelgas... de acuerdo con la grandeza de Dylan, con la selección del punto de vista de Scorsese (nada mitómana y muy humana), pero el caramelito "No direction home" lo que es, es interminable, o por lo menos a mi en una sala de cine las tres horas se me hicieron tremendamente excesivas. Haz la prueba de digerir la dosis propuesta en un visionado y lo discutimos (eso sí, un gran punto a favor del trío neoyorkino, precisamente menciona el st. nick's, desde donde pensé en ti tras conocer a tu alterego negro)