9 de diciembre de 2005

Al final me fui leyendo en el avión, last minute, la revista con el especial sobre el dadaísmo. Y me entraron dudas sobre si tenía algún sentido ir a la exposición, porque me di cuenta de que el dada es lo anti-museístico, que es un absoluto contrasentido acudir, con gesto sesudo, a una elegante sala a admirar las obras de estos terroristas del arte.

Menos mal que no me hice caso, y al final fui ayer a verla, porque me pareció cojonuda. La pena es que la vimos por la tarde, y yo ya estaba algo cansado de caminar por París, así que no la exprimí a tope. Y es que era muy densa, muchas obras, de todo tipo: textos, collages, esculturas, vídeos, grabaciones sonoras, cuadros,...

No sé qué conclusión sacar, no sé si tendría algún sentido buscarle una explicación a lo que esta banda de cachondos mentales quiso hacer, más allá de reírse de todo y de todos.

Creo que se hubiesen partido el culo de ver a gente tan seria y taaan culta escudriñando sus pajas mentales porque ahora están expuestas en respetables museos. Yo, al menos, me reí mucho.

Había una sección sobre el dadaísmo por el mundo, fuera de sus lugares de origen (Zurich, París, Nueva York), y dentro de ella, unos pocos textos en español, tanto de España (un tal Guillermo de Torre, del que tengo que buscar alguna cosa) como de Chile (Joaquín Edwards Bello).

Me paré a leer el texto de De Torre, y de pronto me di cuenta de la gran diferencia entre leer para sí, mentalmente, esa sarta de incoherencias, plagada de palabras inventadas, y pronunciar en voz alta esas mismas palabras, de la maravillosa sonoridad de nuestro idioma (Me recordó a ese texto de Cortázar, creo que en Rayuela, que describe un encuentro sexual con palabras sin ningún sentido, pero con muchísima fuerza sonora). Supongo que pasaría lo mismo con los textos en las otras lenguas, pero mis limitaciones me impiden apreciarlos plenamente.

Ayer, antes de todo esto, estuve de compras en mis lugares de perdición. Di rienda suelta al consumista desenfrenado que llevo dentro, y me dejé la pasta en libros y libros, y algún dvd. En la Fnac, hice monográfico Brassens, el cantautor más entrañable, tierno y cachondo, el padre espiritual de Bénabar, del que hablé el otro día en el blog. Brassens es razón más que suficiente para aprender francés.

Y encontré otro número especial del Magazine Littéraire sobre la melancolía, a propósito de la exposición en el Grand Palais que espero ir a ver mañana.

Seguiremos informando.

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