De hecho, últimamente he estado pensando en lo importante que son para mí las voces de los (las) cantantes.
Y he empezado una lista de las que me parecen "perfectas".
Sin ningún criterio ni definición posibles: simplemente son aquéllas que, al escucharlas, me hacen sentir que no se podría cantar mejor.
De momento, sólo se me ocurren cuatro, y todas son mujeres, aunque cada cual de su padre y de su madre:
Ella Fitzgerald, que podía hacer con su voz lo que le viniese en gana, hasta imitar al enormísimo cronopio Louis Armstrong (buscad la versión de Mack The Knife del concierto en Berlín de 1960, en la que se le olvida la letra...):
Aretha Franklin, a la que he escuchado menos de lo que debería, pero que siempre me provoca la misma sensación: su voz no tiene límites.
Marisa Monte, ¿qué decir que no haya dicho/puesto ya aquí?
Pasión Vega, cuya voz cristalina me gusta mucho más que las canciones que suele interpretar. Con una
Cómo te extraño
Cómo te extraño
Motín de la razón, soledad sonora.
Cincuenta años, algunos más que yo cumplirías ahora.
Hondura en vena, cura de hierbabuena, galope inerte.
Patera hundida,
¡Viva la mala vida, muera la muerte, muera la muerte!
Del horizonte, penando vengo, hermano
Rezando voy, al Sacromonte
Donde hasta los gitanos saben quién soy.
Maestro, escuela,
Duque de las duquelas de la memoria.
Pan con tomillo,
Coñac de carajillos sin achicoria.
Las churumbelas,
Que en la cuna mamaron por bulerías
Pasan papelas de las que te mataron
Cuando vivías, cuando vivías.
Corazoncito
Herío en el combate con las entrañas
¡Ay! Qué huerfanito se ha quedado el Tomate,
el Polo y la Caña.
Con qué desgana
Se hacen las gaditanas tirabuzones
Sin tu saeta, va la esperanza a dieta de Camarones
de pescaílla, de boga y de jurel
de la mar amarga.
Qué pesadilla,
la silla sin José en La Venta Vargas,
La Venta Vargas
Del horizonte
Penando vengo, hermano,
Rezando voy, al Sacromonte
Donde hasta los gitanos saben quién soy.
Joaquín Sabina
Sin embargo, una voz no tiene que ser perfecta, en ese sentido ambiguo y absolutamente subjetivo que le doy yo a la palabra, para poder emocionarme.
Valgan dos ejemplos:
Estos últimos días he vuelto a escuchar a Gram Parsons, por enésima vez desde que lo descubrí hace ya tres años (para cosas tan útiles como ésta es para lo que sirve tener un blog...). Y es que su voz tiene una capacidad única para transmitir dolor, fragilidad, que me llega, me toca.
El otro contraejemplo que ahora se me ocurre, del que no diré más porque ya he dicho demasiado: Lucinda.
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