28 de octubre de 2007

Made in L.A.

El sábado tuve la fortuna de que mi querida A. me invitase a la première en España, con ocasión de la Seminci de Valladolid, del documental al que, junto a su compañero R., ha dedicado los últimos 5 años: Made in L.A, una denuncia de la situación de explotación en que viven los inmigrantes centroamericanos que trabajan en la industria textil californiana, y una crónica de su lucha para ver reconocidos derechos laborales básicos.

Para retratar la situación, la cámara sigue durante tres años las vidas de tres mujeres, Maura, Lupe y María, y su progresiva toma de conciencia, con sus altibajos, dudas y convicciones.

Tanto este punto de vista personal, evitando las grandes y frías cifras y las opiniones de los expertos de rigor, como el hecho de que se evita la victimización de las protagonistas y se da una imagen múltiple, compleja, de ellas como mujeres, trabajadoras, inmigrantes, madres, esposas, luchadoras, consiguen que la historia me conmueva y me lleve a la reflexión.

De hecho, llevo dándole vueltas desde entonces a algo que en realidad pienso desde hace mucho tiempo y que, creo, subyace bajo todo lo que escribo.

Todos mis rollos patateros sobre identidad, nacionalismo, igualdad, todas esas ideas liberales o progresistas, toda esa política de salón, son evidentemente las divagaciones de un joven burgués acomodado, viviendo una vida privilegiada y satisfecha (en lo material al menos) en un país rico como es España.

En lo personal, ver en Made in L.A. el sacrificio que estas mujeres hacen al dejar sus países, sus familias (Maura pasa ¡18 años! sin poder ver a sus hijos) para buscar una vida mejor me han hecho tomar cierta perspectiva sobre mis pequeños problemas que tan enormes me parecen a veces.

Por otra parte, he sido consciente una vez más de la dureza, de la extrema desigualdad en la que se basa este sistema capitalista en el que vivimos, para el que pese a todo yo no creo sinceramente que exista alternativa viable (no soy un revolucionario), pero en el que sí son urgentes profundísimos cambios si queremos acabar, o al menos paliar de algún modo, las tremendas diferencias entre las condiciones de vida de la gente que tiene la fortuna de nacer en la parte luminosa del mundo y los que nacen en el lado oscuro.

Esto que escribo me suena a mí mismo utópico, ingenuo, progre en el peor sentido de la palabra, hasta hipócrita (¿qué acabaré haciendo yo para que la situación mejore?), pero no por ello puedo dejar de pensar que es verdad.

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