16 de octubre de 2007

TODA UNA INVITACIÓN A MOJARSE LOS LABIOS CON EL FILO DE LA LENGUA A RASTREAR OLER ARRODILLARSE Y ZAMBULLIRSE EN LAS AGUAS TERMALES DEL DESEO

Dolor paterno en fa sostenido
Julio Cortázar


Coleman Hawkins, whisky, cara de buen ladrón
tocaba Body and Soul con el sombrero puesto
como diciendo que se iría pronto

Escucho
hoy su saxo tenor que se escapa corriendo
tras una camarera licenciosa y sucia,
una de ésas que hace y deshace el amor,
que finge más clase con pendientes negros.
Una sobreviviente
que maldice y sabe cómo se mata a un feto.

La música me arrastra
y pruebo a acrecentar la leyenda de los débiles,
de esos genios malditos más por obligación
que por auténtica
necesidad.

Ahora
con su emoción destapa mi deseo más lúgubre,
furtivo, enredado, denso, musical.
Y denuncia en parte lo convencional,
lo reglado e hipócrita.
Ese saxo cruje,
intimida y brilla igual que un relámpago
y me pongo en guardia.

¿Por qué hay aún más muertos en guerras artísticas
que coleccionistas de discos usados?
¿Por qué mientras viene y vuelve esta canción
sé que cuando sea viejo y venerable
ansiaré acostarme con una estudiante
y robar su alma recién estrenada?
¿Por qué te amo o me odio ahora que el deseo
corta como el borde de una lata abierta?

Nada duele más que la clarividencia;
dicen.

Todos los presbíteros del jazz se asesinaron a sí mismos
para hacernos sentir aún más culpables.
Esa música intrépida
es la venganza procaz de los esclavos
al incitar al mundo a liberarse o ampliarse
escuchando en silencio los latidos unísonos
de
las minorías.

Esa música
que nos convierte a oscuras en pirómanos...

¡Vale! ¡Que la prohíban!

Luis Artigue, en su libro Tres, dos, uno... jazz

No hay comentarios: