Durante mi hora diaria de meditación matutina, viniendo hacia Toledo, me he acordado de un comentario que hizo mi madre hace unos años, ya cumplidos los 50, y que se me quedó grabado:
Aunque han pasado muchos años, y al mirarme al espejo puedo ver cuánto he cambiado, por dentro siento que soy la misma adolescente que entonces.
O algo así.
Pese a que tengo esta frase muy presente, y a que sé que es verdad lo que dice, yo sigo esperando el día, el momento, en que pasaré a ser una persona mayor, continúo alimentando la fantasía de que existe una discontinuidad, un instante preciso en el que uno deja de ser pequeño y se hace grande.
Pero no llega nunca.
1 comentario:
Es más: como bien hemos podido comprobar recientemente en Bercianos y Moraira (donde tú alcanzaste la categorá de "sobrinito") --por no citar otros lugares, otros muchos momentos--, es probable que nuestro berrako-klan se encuentre en una regresión sin freno hacia la adolescencia.
Publicar un comentario