Ha vagado por los arrabales en ruinas del amor para encontrarlo en cada piedra. ¿Con qué comparar esa lealtad a lo que no se sabe y no se puede negar?
Su poesía nos deja entrar, pero no salir. No hay trucos ni espejismos, hay espejos. Hace la memoria de mañana y funda un destino en la lengua. No informa, encuentra y logra que el otro participe en el encuentro. Internarse en ella es como tocar en vez de oír o ver “las materias desgarrantes”. Más que comunicación, hay comunión. El otro descubre en ella un espacio ignorado de sí mismo, ya bautizado para siempre con las palabras de Idea que lo develaron.
Despierta lo que dormía en cada quien, le abre tierras que no sabía que tenía y por eso no sabía tener. Las inunda empujada por un hambre feroz e inexplicable en movimiento perpetuo. Es decir, tiene confianza en avenidas posibles de infinito.
Buscar lo que ha muerto para que no se muera es una ética de la memoria. Es la ética de esta poesía. Es la estética de una escritura impecable que emociona y “hace brotar la fuente de la roca”, como quería Reverdy. Una escritura que sueña y por eso está perfectamente despierta.
En la búsqueda de sus vértigos busca a todos y a cada uno de nosotros. ¿Somos sus vértigos? ¿Así le somos?
¿Qué nos mueve esta poesía? No enseña, nos hace ver lo que lo que no está allí.
Las mujeres al descender de su espejo antiguo
te dan su juventud y su fe
y una claridad, el velo que arrastra
a ver secretamente el mundo sin ti.
Paul Eluard
Así es esta poesía. Lleva las palabras a la verdad y nos arrastra a ver el mundo sin nosotros.
El fulgor que nace de la cicatriz de sus palabras aleja la desdicha. Es una hazaña del dolor.
El envés indeseado y terrible del amor, esa bestia negra que aparece en sus vacíos es derrotada por esta poesía. Mata a esa bestia una desesperación en estado de delirio. ¿No alumbra acaso el dolor del amor? ¿Y qué otro cielo que el amor tiene la poesía? Amor y poesía se dan mutuamente razón de su existencia.
¿Y ese extraño misterio de ser en la palabra y ser fuera de de ella al mismo tiempo? ¿Sobre cuánto valor y dignidad esta poesía se levanta? Idea Vilariño da todo sin conservar nada. Esto que algunos llamarían martirio es heroísmo, no el heroico -más supuesto que real- de los campos de batalla, sino el humilde de un hacer que quien lo hace sabe inexpresable. Perseguir la palabra para dar sin pedir.
Como toda gran poesía, ésta abre sus puertas nunca dichas. El poeta crea lo que no es, lo saca del vacío donde flota y así da forma a lo que no tiene voz. ¿Pero qué voz es la de Idea? No está rota : es una pese todas las rupturas porque crea otras nuevas y les da palabra. “Nombrar alcanza”, dice. Y nombra con rigor, con una difícil sencillez que entraña el despojo más extremo. Esta poesía es una palabra de hueso a la intemperie, calcinada por los soles del amor y del dolor. ¿O es un único sol?
Llama a la palabra más pobre, más escueta, más desprovista de peso material para convertirse en materia ella misma. Materia de belleza.
Tiene un no que da fuerza al sí contra la precariedad de la vida y de lo vivo. Crea relaciones desconocidas antes, versos que no se habían escrito nunca. Da de nacer.
¿Sostener la palabra para atravesar el dolor? ¿sostener el dolor para atravesar la palabra? “Verdad habla quien habla sombra”, sabía Paul Celan.
“Los abismos me nombran”, dice Idea. Sí. Pero también siega “las mieses que el frío dejó intactas”. “Haberse muerto tanto y que la boca/quiera vivir un poco todavía”, dice. La palabra quiere a esa boca viva. “Este fardo sombrío/que me he echado a la espalda”, dice. ¿Será también la poesía, el demonio de las tradiciones árabes que monta al poeta para obligarlo a decir lo que en la lengua no existe? “El amor… ah, qué rosa, qué rosa verdadera”.
Poesía lujosa de silencios cargados de sentido y de otro sentido, es decir, de más poesía. “Hoy me hundo en la nada”, dice. Y de la nada, de lo más deshumano y del “aire más duro”, extrae canto de la lengua para cerrarles el camino. Habla de la vida perdida en “tareas sin luz”. Entonces desgarra las entrañas de la sombra para que la luz entre y las abrigue. Ha quemado “los candores más íntimos”.
Esta poesía calla sus palabras para que hablen y pone su cuerpo a lo que va a venir. No existe como territorio sino como tiempo interior y del deseo, atisbo de un mundo que hasta ahora han negado todos los sistemas. “Por qué soportamos esta historia”, esta “basura acumulada de los días”, dice.
Los animales del amor tienen prohibido llorar. La poesía de Idea Vilariño da cuenta del enigma.
Poesía que convierte a una pequeña habitación en todo el mundo. En este tiempo de la despasión muestra, clara, que sin pasión no hay palabra verdadera. Sólo la palabra sucia de pasión sabe vivir, puede vivir.
“Soledad como una sopa amarga”, dice, y se alza contra el discurso del Amo que decreta la inexistencia del Otro. Es un habla de alteridad posible en su imposible, llena de viajes y contradicciones, de ascensos y descensos al infierno personal, que sabe que el otro participa de uno sólo para diferenciarse. Posee tal deseo y fuego de diamante que su mensaje se torna en total ausencia de mensaje para dar en sustancia de palabra ese lugar necesario para que la palabra nazca nuevamente. Cesa el lenguaje para darle paso otra vez. Trae vísceras profundas de la lengua.
Gaspara Stampa, la gran poeta italiana del Renacimiento, quería “vivir ardiendo sin sentir el mal”. A Idea Vilariño sólo le fue concedido lo primero.
Juan Gelman
(Este texto, que también aparece en el libro sobre Idea, lo he encontrado aquí)
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