1 de enero de 2010

Palabras

Me encanta clasificar a las personas en dos tipos. Lo divertido es que las categorías no son fijas, van cambiando.

La más reciente clasificación es ésta: hay dos tipos de personas, las sensibles a la cultura, en cualquiera de sus formas, y las que no lo son.

Me refiero con esto a que hay quienes disfrutamos tratando de abrirnos camino, o dejándonos enredar hasta perdernos, entre la maraña de símbolos, de referencias y autorreferencias, de metáforas, que constituyen la cultura humana.

Hay otra gente, en cambio, que, si bien puede que también lea libros, escuche música, vea películas, cuadros, fotografías, no disfruta jugando al juego de espejos cóncavos, convexos, empañados, rotos, de la cultura.

Sin embargo, el campo de los culturetas no es homogéneo: hay a quienes lo que realmente les estimula son las imágenes; a otros, son los sonidos; y están también los letraheridos.


Esther Tusquets, en el libro con el que he rellenado los últimos días del blog, utiliza esa hermosa palabra (aún más bella en catalán, que es como aparece en el texto: lletraferida) para referirse a una amiga suya. Hace unos años, en uno de mis clásicos arrebatos, yo me la aplicaba a mí mismo.

Probablemente no sea para tanto, pero lo que sí es cierto es que las palabras me conmueven, me emocionan, me excitan.

Quien lea este blog se dará cuenta de mi cuelgue por la música. Pero desde hace tiempo sé que no son las melodías ni los ritmos lo que más llama mi atención, sino las palabras. Una prueba: mi discoteca digital (miles de discos, fruto de años de soulsiqueo; mi mayor tesoro) está organizada principalmente por los idiomas de las canciones (español, francés, inglés, catalán, euskera, italiano, Brasil-Portugal...)

Disfruto especialmente cuando encuentro a alguien con el don de la claridad. Se me ocurren ahora mismo, además de Tusquets, Tony Judt, Muñoz Molina, Savater, Idea o Arregi.

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