4 de enero de 2010

Hoy me he dado cuenta de una cosa que me ha sonado tan borgeana (de Borges) que seguro que se la leí a él alguna vez, referida en su caso a los libros, a las historias, y en el mío a las canciones:

Escuchando esta mañana el último disco de Peret, De los cobardes nunca se ha escrito nada, en el que incluye la enésima versión del Muerto vivo, me he dado cuenta de que uno, cuando escucha una canción, cualquier canción, está escuchando en realidad todas las canciones que alguna vez oyó.

De pronto, he sentido que, mientras escuchaba esta nueva recreación, sonaban en mi kabeza otras que he escuchado: del propio Peret, de Sabina y Serrat (a los que, por cierto, se refiere Peret en la canción)...

Esto, que resulta evidente con las versiones, y que probablemente es el motivo por el que a mí me encantan, no creo que se limite sólo a ellas. También al escuchar cualquier otra canción resuenan de fondo ecos de otras que por algún motivo, a veces de lo más peregrino, nosotros asociamos, consciente o (sobre todo) insconscientemente, con ella.

Y, como digo, no pasa sólo con las canciones, ni con los libros, también ocurre con la comida, con la bebida (vinos, cervezas...).

Sé que no descubro nada nuevo, pero lo que sí me ha sorprendido es verlo tan claro de repente.

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