Creo que fue en el viaje con mi abuela a Baeza cuando hablamos de lo diferentes que son las relaciones entre hombres y mujeres cuando ella era (más ;-) joven y ahora.
Como cabría esperar, pues ambos somos personas agradecidas, cada uno nos sentíamos afortunados de vivir el tiempo que nos ha tocado: mi abuela, una época en la que los roles estaban más definidos y las relaciones eran por ello de alguna manera más sencillas; yo, este momento en que, tras tantísimos siglos, y pese a todo el camino que queda, podemos relacionarnos, al menos en ciertos aspectos, de igual a igual.
Recordé esta conversación ayer mientras charlaba con mi compañero j.m. durante la comida, filosofando sobre las relaciones sexuales y lo que las hace tan interesantes para él y para mí: lo que conllevan de lucha por el poder, de combate continuo (en general incruento) por ver quién de los dos puede más, con sus treguas (transitorias por definición), sus equilibrios precarios y variables e incluso sus rendiciones incondicionales.
Me hizo gracia contraponer estos dos sentimientos aparentemente contradictorios: lo mucho que me gusta vivir aquí y ahora, tener amigas tan estupendas, poder ser "una más" ;-), y la constatación de que la igualdad real, íntima, casi animal, es una quimera a la que ni siquiera creo que tenga sentido aspirar.
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