Ayer tuve un día un poco revuelto. Conforme fueron pasando las horas, me iba poniendo de mala hostia, sin motivo aparente.
Para rematarlo, en el tren de vuelta a Madrid me tocó en un vagón donde una bandada de gallinas cluecas no hacían más que contarse chistes a grito pelado y reírse como si lo fueran a prohibir. Ni siquiera mi bendito discman a toda potencia pudo librarme de todo el mal.
Así que, cabreado, llegué a Atocha algo antes de las 8 de la tarde y, en lugar de refugiarme en mi pequeño hogar a refunfuñar hasta quedarme dormido, decidí meterme en el cine a ver la que, según mi gurú Boyero, es la mejor película del año, Crash.
Estando con el ánimo encendido, me costó centrarme en la peli y no ponerme a soltar hostias a toda esa gente que parece que está en la sala como en el salón de su casa, comentando cada detalle de la peli, extasiándose o indignándose ante cada escena. Diossss.
Y la verdad es que, sin que sirva de precedente, por una vez no estoy de acuerdo con Boyero. No sé qué le gustó tanto de esta historia para, según dijo en su chat, ir a verla tres veces en una semana. A mí me parece un cuento mal contado, un ejercicio de buenismo que no me creo prácticamente en ningún momento: en Los Ángeles, todos los personajes tienen prejuicios raciales pero, de alguna manera, de cualquier manera, acaban dándose cuenta de lo equivocados que estaban y de lo buena que es la gente, independientemente del color de su piel, de su cultura, del idioma que hablen. Pues vale.
La idea que quiere transmitir, la superación de los estereotipos que nos limitan, del miedo a la diferencia, me parece muy defendible. Pero no así la forma de contarla, todo tan cuadrado, tan perfecto, tan ideal, que no me lo creo, me parece un panfleto.
Eso sí, el director tuvo la suerte de contar con dos actorazos, Matt Dillon y, sobre todo, Don Cheadle, que nunca está mal, y en este caso sobresale, dándole profundidad al honesto y sensato poli negro que salió del gueto y cuida a su mamá drogadicta...
Así que salí del cine casi tan cabreado como entré, mientras mis compañeras de butaca, en éxtasis, repetían una y otra vez: "es bueníssima, buenísssima"...
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