13 de enero de 2006

El pasado domingo, en El País, el escritor Álvaro Pombo, comentando las metáforas que usan nuestros políticos dijo lo siguiente:

""Bobo solemne". Es mala frase. Si la aplica Rajoy a Zapatero, es un fracaso expresivo, porque, aunque el presidente sea bobo (que yo no lo creo), no es solemne; es más bien casual en el sentido inglés: informal. Zapatero es así, nadie le ve como solemne, de modo que la expresión de Rajoy, si de veras tiene que ver con él, se cae por su propio peso. Si hay alguien solemne en este mundo es un registrador de la propiedad. No hay nada más exacerbadamente capitalista que registrar propiedades. Tanto los notarios como los registradores de la propiedad son solemnes y, con frecuencia, bobos, después de una terrible, difícil oposición que los deja ahuecados."

Ayer, apareció en El País una carta al director respondiéndole así:

Sobre bobos solemnes José Antonio Miquel Silvestre (Registrador de la propiedad) - Gijón

Ha escrito en su periódico el insigne literato Álvaro Pombo que, "si hay alguien solemne en este mundo es un registrador de la propiedad. No hay nada más exacerbadamente capitalista que registrar propiedades. Tanto los notarios como los registradores de la propiedad son solemnes, y con frecuencia, bobos, después de una terrible, difícil oposición que los deja ahuecados". Y yo, claro, como registrador de la propiedad que soy, he acudido corriendo al espejo para comprobarlo. Y vaya, qué chasco me he llevado, porque bobo no sé, pero solemne no me he visto. Un poco gastado por la vida sí, que ya son treinta y siete años, pero la solemnidad no la he encontrado por ninguna parte.

¿Será que no soy un buen registrador de la propiedad? Puede ser, porque tampoco me veo yo muy ahuecado, al menos no tanto como para anular en mí el hálito literario que nos habita a los dos; al señor Pombo sin duda con más fortuna y mérito que los míos, que para eso le publican en EL PAÍS su catálogo de bobos ahuecados y vive de su digna profesión. Quizá por eso yo, aparte de publicar novelas, cuentos, artículos (que el colega Pombo los busque si quiere, que seguro conoce los medios) con los que apenas saco para pipas, he tenido que dedicarme a algo tan exacerbadamente capitalista como registrar propiedades (profesión que, da la impresión, no estima tan digna como la suya), aunque no logro yo hallar la sinonimia directa entre capitalismo y otorgar seguridad jurídica al comprador de una vivienda, y menos aún entre capitalismo y solemnidad. Quizá para hallarla como hace él, debería no ser yo tan bobo y hueco. Cualidades que, según Pombo, quien debe conocer bien a todos los registradores y notarios (aunque yo confieso no tener el gusto), nos caen del cielo nada más ganar las oposiciones. Vamos, que a nosotros, mire usted por dónde, sí nos hace monjes el hábito, también es mala suerte.


Y hoy, Pombo escribe otra carta al director:

Respuesta de Álvaro Pombo Álvaro Pombo, - escritor. Madrid

Leo muy avergonzado y arrepentido la justa carta-amonestación de José Antonio Miquel Silvestre, registrador de la propiedad de Gijón. Reconozco que me pasé varios pueblos en lo de decir, en general, que los registradores de la propiedad son solemnes y con frecuencia bobos. Como escritor que es él mismo, reconocerá en mi deplorable generalización un peligro inherente a todas las manifestaciones públicas de opinión: al opinante se le calienta la boca y, a poco que se descuide, emite su voz dos octavas más alta de lo adecuado. Yo debí limitarme, en la conversación con Juan Cruz, a desestimar la opinión de un registrador de la propiedad particular (Mariano Rajoy), que llamó "bobo solemne" a Zapatero. Zapatero, hasta la fecha, no parece ser solemne. Tampoco lo es Rajoy, quien -por confesión propia- detesta los mítines y las declaraciones altisonantes de los altoparlantes de la vida política. Pero, en fin, me pareció un chistecillo pasable, una ingeniosidad y una picardía sugestivas, conjugar la profesión de Rajoy, que sí es una profesión solemne (como todo lo jurídico) con la bobería de llamar bobo a un contrincante político.

Estoy muy satisfecho de tener esta oportunidad de pedir disculpas en la persona de José Antonio Miquel Silvestre a todos los registradores y notarios de España, que ejercen con la debida solemnidad sus profesiones jurídicas y que sólo pueden parecerle bobos y ahuecados a un opinante desbocado, como fui yo en esta ocasión en relación con este asunto en concreto.

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