Pienso mi vida vacía, pero luego me doy cuenta de no lo está (tanto).
Descuido el blog unos días y se me acumulan cosas que contar, algunas importantes, otras mucho menos, pero supongo que son cosas así las que van llenando la vida (mi vida; a saber cómo lo hacen los demás):
La semana pasada estuve con mis papis en la presentación del libro de José María Calleja "Algo habrán hecho: odio, muerte y miedo en Euskadi". Tan impresionante como lo que nos contó Calleja, si no más, fue el escenario en que nos lo contó: el local de la Unificación Comunista de España en Lavapiés. Rojazos "nacionales", que no tienen miedo de decir "España", aunque tienen otros zumbes curiosos.
Y ahí estuvo el lúcido "españolazo" (el insulto supremo en "la comunidad autónoma vasca") de Calleja, contándonos cómo ve el futuro próximo y tratando de no ser descortés con quienes le habían invitado a hablar sobre su libro, cuando hacía virguerías para contestar con educación a preguntas como: ¿qué opinión te merece la financiación de los nacionalismos vasco y catalán por parte de Francia, Alemania y "el capitalismo" para promover la disgregación de España?.
Después, viajecito a Salobreña, finalmente en trío (con Esther y Juan), para resarcirme del mal tiempo en Alicante. Esta vez hubo suerte y tuvimos unos días de lujo. Como Casilda estaba también por allí, me mostró la vida más allá de Salobreña, y me moló...
También tuve tiempo para leer (esas mañanas torrándome en la terraza, después de las tostadas con tomate y aceite...): Confesiones de una editora poco mentirosa, de Esther Tusquets (después del iluminador Prefiero ser mujer, del que en algún momento me tendré que poner a escribir con calma, aunque me va a costar; y antes de El mismo mar de todos los veranos, que estoy leyendo ahora) e Interludio azul, de Pere Gimferrer.
Del primero me gustó, además de la lucidez de la autora, que me tiene subyugado, su prosa clara y sencilla y las historias de esa mítica burguesía cultural barcelonesa de los cincuenta, sesenta, setenta (Barral, Gil de Biedma, Herralde, los hermanos Moix,...). Del segundo, me gustó todo: la inteligencia, la pasión, y sobre todo la desvergüenza con que un hombre de 60 años relata cómo se reencuentra con el amor de su vida, tras más de treinta años separados (casados cada uno con otras personas). Es cierto que está trufado de citas cultísimas, la mayoría de las cuales no sé apreciar, de innumerables referencias a libros, películas. Pero es de verdad, arrastra, emociona. Y aún hay algún cretino que le echa en cara a Gimferrer decir cosas "que no se dicen después de los 16 años". Para mí, purita envidia.
Y ayer, día de mi vigésimo noveno cumpleaños, vuelta de Salobreña a Toledo de madrugada (salida a las 3:15, llegada a las 7:50, con media hora para una cabezada junto a la carretera admirando un cielo increíblemente estrellado), comida familiar, llamadas y mensajes de mis amigüitos (amigüitas, sobre todo) y vuelta a Madrid, a la rutina, al blog.
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