Llevo toda la vida trabajando, sin prisa pero sin pausa, en una teoría capaz de explicar con todo lujo de detalles las causas, motivos, mecanismos, trucos y deficiencias de las relaciones entre hombres y mujeres.
Algún día publicaré los cientos de volúmenes de que por supuesto constará.
De momento, dejo aquí una pincelada, un jugoso anticipo (por el que sin embargo he rechazado cobrar adelanto alguno).
Es algo que he comentado con varias personas recientemente y que, por supuesto, tiene una base empírica extremadamente reducida (el espacio muestral se cuenta con los dedos de una mano, y sobran varios), y que aplica, mucho me temo, a un igualmente reducido conjunto de personas.
Pero como teoría me parece absolutamente cierta, como todas las buenas historias.
Estoy convencido de que una parte fundamental de nuestra naturaleza humana está relacionada con nuestra capacidad y necesidad de contar, escuchar, contarnos historias.
Todos vivimos nuestras vidas, en mayor o menor medida, dentro de nuestras kabezas. Con esto quiero decir que nuestras vidas son, en una parte nada despreciable, como nos las contamos.
La vida en sí misma, por sí misma, no tiene ningún sentido.
Tratamos de dárselo (algunos lo consiguen, dicen) montándonos una historia de la que, queramos o no, hemos de ser protagonistas. Ésa es la historia que nos vamos contando en silencio a nosotros mismos a lo largo de nuestras vidas, en la que mezclamos hechos objetivos, las cosas que pasan, con deseos, proyecciones, ilusiones, engaños.
Creo que de ahí viene la habilidad, la práctica, para contar historias. Y el gusto que nos da escucharlas.
Pero, como pasa con todo lo demás, no a todo el mundo le produce la misma satisfacción narrar o escuchar relatos.
Algunos tenemos necesidad de, a través de cuentos de todo tipo y condición (libros, películas, canciones, conversaciones), alcanzar por momentos a vivir otras vidas (Sabina, por supuesto, es de los nuestros. Serrat, también)
No sé si una cosa implica necesariamente la otra, pero sí sé que algunos de ésos a los que tanto placer nos produce que nos cuenten un buen cuento, (creemos que) tenemos además mucho rollo, muchas cosas que contar (que sean interesantes para alguien es otra historia, nunca mejor dicho).
Aquí es donde, basada en mi (rentringidísimo) estudio de campo, expongo mi aventurada hipótesis:
Existen mujeres (haberlas, haylas) que son especialmente sensibles a esos rollos (el término utilizado en la literatura técnica es "desvaríos").
No es que no les guste hablar, que no tengan cosas que contar, es que les divierte particularmente ver cómo hombres que no somos especialmente guapos, ni fuertes, ni sensibles, ni por supuesto ricos (como veréis, no he dicho "inteligentes" :-P), nos las tratamos de ingeniar para engatusarlas y entretenerlas (la mayor recompensa: una sonrisa), elaborando por ejemplo teorías como ésta.
8 comentarios:
ja ja.
anda que, ¡vaya pájaro estás tú hecho!
:-P
lo que no se cuenta queda para el olvido
asi que a contar que son dos dias!
y yo que pensaba que lo de la kalvicie, la pobreza y demás... eran sólo una fachada...
Vaya, vaya. Así, qué distinto. ;P
Tú piensa que no es lo mismo contar historias que cuentos, y mucho más distino aún si lo cuentos son chinos.
Pues ya ves, de fachada nada.
Pero, ¿qué necesidad había de traer a kolación mi kalvicie?
;)
buff, me di cuenta después de ponerlo ( as usually). Mi kabecita haciendo de las suyas, otra vez.
De todas formas, no sé, a mi "El ey y yo"me gustó. ;P
A mí el REY Y YO me gustó.
Merde!
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