Una de las cosas que siempre agradezco de salir de España aunque sea por unos días es la posibilidad de desconectar por completo del clima político patrio, que me resulta cada vez más coñazo. Salir ayuda a poner en perspectiva estos dramones apocalípticos que aquí vivimos continuamente.
También sirve para valorar con algo más de mesura el lugar y el peso de España en el mundo. Yo, que tengo esa cosa con los idiomas, creo que los españoles tenemos dos percepciones erróneas sobre nuestra lengua (común): creemos que el español es más importante en el mundo de lo que lo es en realidad y, sobre todo, creemos que el mundo de habla hispana aún orbita alrededor de España.
Deberían bastar los números para darnos cuenta de cuán erradas son esas ideas. En particular, deberíamos ser conscientes de que ni siquiera somos el país con más hispanohablantes: tanto México (107 millones de habitantes) como Estados Unidos nos superan (en NYC, ciudad multilingüe por antonomasia, el español se escucha en cualquier calle).
En lugar de pretender que seguimos donde no estamos ya desde hace mucho tiempo, mucho mejor es simplemente disfrutar de la riqueza de una lengua que habla tanta gente tan diversa en tantos lugares distintos y reconocer la influencia, la importancia crucial que para nosotros tiene la cultura americana en español.
Por ejemplo, como hace Muñoz Molina en su artículo de hoy en Babelia, Una orgía perpetua (estupendo título, by the way), que es por lo que se me ha ocurrido este rollete.
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