21 de febrero de 2008

Délires variés

Dans le cadre d'une série d'émissions sur Maurice Ravel diffusée jadis sur les antennes de France-Musique, le responsable de ladite série mit d'emblée en garde ses auditeurs contre la tentation de percer de force la personnalité un peu énigmatique de l'auteur du Boléro - musicien qui, au dire de Roland Manuel "n'avait d'autre secret que le secret de son génie" ― tentative selon lui toujours décevante. Il raconta à ce sujet la mésaventure arrivée à l'un de ses proches, qui a sa place ici car elle résume de manière parfaite l'échec qui attend celui qui entend découvrir l'intimité psychologique d'une personne et ce que j'appelle son"identité personelle".

L'ami en question, fils d'un imprimeur ― mais imprimeur de quartier, c'est-à-dire d'affiches et d'affichettes, de billets, de formules pouvant être utilisées par de nombreuses personnes ou collectivités dans telle ou telle circonstance : cette précision peut seule mettre sur la voie de la solution de l'énigme proposée aux auditeurs de France-Musique par le présentateur de l'émission et est indispensable à la compréhension de sa solution, comme on va le voir ―, reprit à la mort de son père la succession de l'imprimerie et, en faisant l'inventaire des lieux au lendamain des funérailles, tomba sur une épaisse enveloppe cachetée portant, inscrite de l'écriture de son père, la mention A ne pas ouvrir. Déferant au voeu posthume de son père, et quoique rongé para la curiosité, notre imprimeur respecta le secret paternal pendant environ six années, longues à passer, au terme desquelles il se décida à violer le secret et à ouvrir l'enveloppe. Ce qu'il trouva dans l'enveloppe, je vous le laisse deviner, ajouta le musicologue ; mais je vous livrerai la clef de l'énigme à la fin de cette série d'émissions, soit vendredi prochain vers midi. C'est ainsi que nous dûmes attendre cinq jours, l'émission ayant débuté un lundi matin, qui furent également longs à passer, pour apprendre que l'enveloppe contenait une centaine d'étiquettes identiques sur lesquelles était imprimée la mention qui figurait sur l'enveloppe : A ne pas ouvrir.

Ce que l'imprimeur junior avait pris pour une injonction testamentaire n'était ainsi que le simple repère par lequel son père avait signalé l'enveloppe où se trouvait le stock d'une formule banale destinée à sa clientèle. Le présentateur de l'émission avait pris soin de nous prévenir, dès le lundi, que la violation du secret s'était révélée décevante, ― second indice en somme, après la précision sur la nature de l'imprimerie gérée par ses amis ; mail il aurait fallu un Sherlock Holmes pour savoir les utiliser. Pour décévante, elle le faut au-delà de toute attente ; et on s'imagine aisément la mine du fils que dut regretter amèrement ces six années taraudées par une incertitude lacinante ; un peu comme l'heroïne de La parure, dans Maupassant, regrette à la fin de la nouvelle sa vie perdue à rembourser un bijou réputé de grande valeur et qui se révèle finalement n'avoir jamais été qu'un faux. Non seulement l'enquêteur ne trouve rien, mais il trouve quelque chose qui est si l'on peut dire encore moins que rien : la simple répétition d'une formule qu'il connaissait déjà et avait ressassée pendant six ans, formule dont les imprimés enfin décachetés figurent une cruelle et ironique réplique. Cauchemar de structure abyssale, d'éternellement différer à ouvrir quelque chose alors qu'il n'y a rien à ouvrir, sinon l'invitation à ne pas ouvrir répétée à l'infini, comme par le fait d'une machine détraquée dont on ne peut plus interrompre la production.

Clément Rosset, en Loin de moi. Étude sur l'identité

Ahí queda eso.

:-P

Si tengo un (buen) rato, me dedicaré a traducirlo.

Si no lo hago, y no lo entendéis, tampoco os perdéis demasiado.

Es sólo una bella y divertida metáfora de algo parecido a lo que decía la canción de jefe Van que copié el otro día, con la diferencia de que Rosset afirma no sólo que no se puede conocer en realidad a una persona, sea otro o uno mismo, sino que "el conocimiento de uno mismo es a la vez inútil y nada apetecible. El que se examina con frecuencia no avanza apenas hacia el conocimiento de sí mismo. Y cuanto menos nos conocemos, mejor nos encontramos."

Edito: le he dedicado un ratillo (se nota que hoy me aburro...) y he traducido à ma façon, dentro de mis limitaciones y con la inestimable ayuda de wordreference, el texto:

En el marco de una serie de programas sobre Maurice Ravel emitida hace tiempo en France-Musique, el responsable de la citada serie puso de entrada en alerta a sus oyentes contra la tentación de penetrar a la fuerza en la personalidad un poco enigmática del autor del Bolero ― músico que, en palabras de Roland Manuel "no tenía otro secreto que el secreto de su genio" ― intento según él siempre engañoso. Al respecto, contó la desventura que le ocurrió a uno de sus próximos, que tiene sitio aquí porque resume de forma perfecta el fracaso que espera a quien espera descubrir la intimidad psicológica de una persona y eso que yo llamo su "identidad personal".

El amigo en cuestión, hijo del dueño de una imprenta ― pero impresor de barrio, es decir, de carteles, octavillas y formularios que podían ser utilizados por numerosas personas o colectivos en tal o cual circunstancia: esta precisión puede conducir a la solución del enigma propuesto a los oyentes de France-Musique por el presentador del programa y es indispensable para la comprensión de su solución, como veremos ―, se hizo cargo de la imprenta a la muerte de su padre y, haciendo inventario al día siguiente del funeral, se encontró con un grueso sobre sellado, que llevaba, con la letra de su padre, la inscripción No abrir. Respetando el deseo póstumo de su padre, aunque carcomido por la curiosidad, nuestro impresor respetó el secreto paterno durante unos seis años, que pasaron lentamente, tras los cuales se decidió a violar el secreto y abrir el sobre. Lo que encontré dentro, os dejo adivinarlo, añadió el musicólogo; pero os daré la clave del enigma al final de esta serie de programas, el viernes que viene alrededor de mediodía. Así que debimos esperar cinco días, ya que el programa había comenzado un lunes por la mañana, que también pasaron lentamente, para enterarnos de que el sobre contenía un centenar de etiquetas idénticas sobre las que esta impresa la frase que figuraba en el sobre: No abrir.

Lo que el joven impresor había tomado como un mandato testamentario no era pues más que la simple referencia con la que su padre había marcado el sobre donde guardaba la provisión de un formulario banal destinado a su clientela. El presentador del programa había tomado la precaución de prevenirnos, desde el lunes, de que la violación del secreto había resultado decepcionante, ― segundo indicio, en fin, tras la precisión de la naturaleza de la imprenta que dirigían sus amigos; pero habría hecho falta un Sherlock Holmes para saber utilizarlos. Decepcionante, lo fue más allá de lo que cabía esperar ; uno se imagina fácilmente la cara del hijo que debió lamentar amargamente los seis años atormentados por una incertidumbre lacerante; un poco como la heroína de La parure, de Maupassant, lamenta al final de la historia haber perdido su vida para pagar por una joya que se suponía de gran valor pero que finalmente se revela como una falsificación. No sólo el investigador no encuentra nada, sino que encuentra algo que podríamos decir que es aún menos que nada: la simple repetición de un formulario que ya conocía y al que había estado dándole vueltas durante seis años, formulario cuyas impresiones finalmente desveladas parecen una cruel e irónica respuesta. Pesadilla de estructura abismal, retrasar eternamente la apertura de algo cuando no hay nada que abrir, más que la invitación de no abrir repetida hasta el infinito, como la que haría una máquina estropeada y que no podemos parar.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

je ne suis pas sure d'être d'accord. je suis pour la recherche de soi, que je trouve nécessaire, même si elle est sans fin. mais on devrait tous être en quête d'harmonie et de paix intérieure, en tout cas moi je le suis, certains jours plus que d'autres...

S.

grankabeza dijo...

Yo tampoco sé si estoy de acuerdo, pero me da que pensar.

Y también busco, al menos a ratos, esa paz interior que empiezo a pensar que nunca alcanzaré.

Pero a la vez tengo en mente esto que encontré hace unas semanas y que, por momentos, me parece una gran verdad:

"Reconciliación del hombre consigo mismo" - la más acertada definición de la estupidez.

Me temo que soy, como diría Kris Kristofferson, y como creo que en el fondo es todo el mundo, a walking contradiction (partly truth and partly fiction)...

Anónimo dijo...

ta remarque me fait penser à cette phrase de la bible (et oui, suis pas croyante mais on n'oublie jamais vraiment son éducation catho!): "bienheureux les simples d'esprit car le royaume des cieux est à eux"

si les doutes et les remises en cause te font avancer, je ne pense pas que aiming at peace soit un signe de stupidité, mais croire qu'on est arrivé, probablement.

oulala, je suis en pleine crise mystique moi! vite, un verre de vin ;)

grankabeza dijo...

¡Amén! ;-)

Totalmente de acuerdo: creer que uno ha alcanzado la paz interior, que es como creer que uno ha alcanzado la sabiduría, manifiesto signo de estupidez. (El problema está en el verbo, en alcanzar, que choca con lo que es para mí la vida, continuo cambio, perpetua evolución, o involución...)

Pero no creo que por ello vayamos a dejar de buscar esos remansos, siempre parciales y pasajeros, en este "combate cotidiano contra la estupidez propia" (Goméz Dávila de nuevo) que es la vida.

Un autre verre pour moi!