Sigo sin haber visto a Krahe en concierto, pero ayer lo tuve en frente, sentado dos filas delante de nosotros mientras veíamos, por gracia de Radio 3 una vez más, el documental que un par de colegas le han dedicado a su figura, Ésta no es la vida privada de Javier Krahe.
Fue una noche emocionante. Al pobre se le veía abrumado ante el cariño que destilaba la película y todos los que en ella aparecían, varios de los cuales están en mi santoral particular (Sabina, Savater, Julián Hernández, ...).
Para mí, es la reencarnación entre nosotros del gran maestro Georges Brassens, del que ha traducido alguna que otra canción (como la maravillosa La tormenta) y que está presente en toda su obra, en su estilo, en su forma de cantar, en su irresistible sentido del humor, del amor.
Sus letras son divertidas (como dijo Julián Hernández, divertido no es lo contrario de serio, sino de aburrido), inteligentes, gamberras, socarronas, insinuantes. Su voz, inconfundible, labrada a base de miles y miles de cigarrillos. Su figura, desgarbada y sin embargo elegante, con unos ojos aún de niño a sus sesenta y tantos (que parecen muchos más, y a la vez muchísimos menos).
Acabo de ver que toca el 21 de abril en la Galileo. Ahí estaremos. ¡Por Manitú!
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