24 de noviembre de 2011

Aún me estoy adaptando a esto de trabajar en casa y sin horarios fijos. He descubierto algo que no habría imaginado y que quizá cambie en el futuro: me gusta trabajar por las tardes, mirar por la ventana, como hace un rato, y darme cuenta de pronto de que es ya noche cerrada.

Desde hace mucho tiempo he pensado que no solo soy un animal diurno, sino más bien matutino: mis mejores horas vienen entre el desayuno y el mediodía. Tantos años en Toledo, con el horario privilegiado de los funcionarios, no habían hecho más que reforzar esta sensación.

No es que haya dejado de pensarlo, sino que voy introduciendo matices: ahora mismo estoy matadillo (ayer me cebé otra vez con la gimnasia sueca) y voy avanzando muy lentamente por el texto, pero son más de las siete y aquí sigo, y aún estaré un rato más.

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