Como hoy estamos aforísticos (me and myself, se entiende), voy a cerrar el año con esta joyita de Antonio Porchia:
No me hables: quiero estar contigo.Y, repitiendo lo que ya dije hace unas semanas: ¡A disfrutar del 2008!
No me hables: quiero estar contigo.Y, repitiendo lo que ya dije hace unas semanas: ¡A disfrutar del 2008!
Madurar no consiste en renunciar a nuestros anhelos, sino en admitir que el mundo no está obligado a colmarlos.Y algunos más que he encontrado en esta otra página:
Nada más repugnante que lo que el tonto llama 'una actividad sexual armoniosa y equilibrada'. La sexualidad higiénica y metódica es la única perversión que execran tanto los demonios como los ángeles.
Quisiéramos no acariciar el cuerpo que amamos, sino ser la caricia.
La vida es un combate cotidiano contra la estupidez propia.
Sólo los años nos enseñan a manejar con tacto nuestra ignorancia.
Los tontos se dividen en dos clases: los que "quieren ser como los demás"; los que "no quieren ser como los demás".
"Reconciliación del hombre consigo mismo" - la más acertada definición de la estupidez.
La lectura es droga insuperable, porque más que a la mediocridad de nuestras vidas nos permite escapar a la mediocridad de nuestras almas.
El que se precia de "haber vivido mucho" debe callar para no demostrarnos que no ha entendido nada.
Las perfecciones de quien amamos no son ficciones del amor. Amar es, al contrario, el privilegio de advertir una perfección invisible a otros ojos.
Las ideas confusas y los estanques turbios parecen profundos.
La gente difícilmente entiende que no entiende.
Negarse a admirar es la marca de la bestia.
No les demos a las opiniones estúpidas el placer de escandalizarnos.
El antagonismo radical entre los hombres se delata en la manera como los unos, al hablar del placer, despegan hacia la metafísica y los otros resbalan hacia la fisiología.
Los reaccionarios les proporcionamos a los bobos el placer de sentirse atrevidos pensadores de vanguardia.
P: carlos, te sigo desde hace 20 años (cuánto he disfrutado con tu flagelo a la telebasura!!) pregunta: ¿crees que todos esos momentos únicos de éxtasis, de plenitud que te han dado las películas (o sea los seres humanos que las hacen) provienen de alguna fuente de donde emana eso a la que podamos conectarnos de alguna forma, a algo que está en la naturaleza...a lo más puro que alberga nuestro Ser..., o cómo te lo explicas? Gracias, figura.
R: ¿Qué ha fumado usted?
Un procedimiento que puede servir en muchos de estos casos para determinar si debe emplearse la secuencia de «preposición + que», o simplemente que, es el de transformar el enunciado dudoso en interrogativo. Si la pregunta debe ir encabezada por la preposición, esta ha de mantenerse en la modalidad enunciativa. Si la pregunta no lleva preposición, tampoco ha de usarse esta en la modalidad enunciativa: ¿De qué se preocupa? (Se preocupa de que…); ¿Qué le preocupa? (Le preocupa que…); ¿De qué está seguro? (Está seguro de que…); ¿Qué opina? (Opina que…); ¿En qué insistió el instructor? (Insistió en que…); ¿Qué dudó o de qué dudó el testigo? (Dudó que… o dudó de que…); ¿Qué informó [Am.] o de qué informó [Esp.] el comité? (Informó que… [Am.] o informó de que… [Esp.]).
Tu derrota es la mía
y mi fracaso tu quebranto, mujer.
Mía es tu ruina, tuya mi agonía.
Tan solo somos un par de perdidos
que no tienen nada que perder.
Y sin embargo, o tal vez por eso,
donde más duele nos damos los besos.
A sangre y fuego,
a sangre y fuego,
te parto el alma
y me mato luego.
No tendré piedad de ti.
No tendré piedad de mí.
Morir matando,
matar muriendo,
sin piedad de ti,
sin piedad de mí.
Callejón sin salida:
así es esa malsana realidad.
Si me entregase a ti me despreciarías
y si te venzo me odiarás
y si huyo no he de verte nunca más.
Me necesitas y te necesito
como la confesión necesita al delito.
Sueño contigo,
sueño contigo,
como la muerte sueña
con alguien vivo.
Joan Manuel Serrat
Creo que de aquí viene mi interés por los nacionalismos: no es tanto un interés político, que también (opino que cuanto más lejos estén los sentimientos de la política, mejor), sino sobre todo personal, a raíz de mis problemas con mi identidad particular...
Explican los psicólogos que la identidad personal es la resultante de una elaboración compleja en la que intervienen dialécticamente tanto las representaciones que un sujeto tiene acerca de sí y de su proyecto de vida, como las representaciones que luego transmite a los demás y las que éstos a su vez le rebotan. La identidad es, por tanto, una autodefinición, un autoconcepto, la máscara-persona (como intuyeron los griegos), cuya significación compartida posibilita la vida social. Algo similar sucede en el plano colectivo. La identidad nacional no es una esencia objetiva que fluye a lo largo de la historia manifestando el espíritu de cada pueblo, como afirma el romántico. Tampoco es una invención carente de realidad y fabulada por las elites locales para mantener sus privilegios ante la amenaza universalista. Es una autorrepresentación, pero construida a partir de hechos diferenciales constatables y generadora de intensos sentimientos de pertenencia. Es una autoimagen que opera como memoria histórica, fuerza movilizadora y proyección de los deseos colectivos, eficacísima proveedora de sentido y capaz de explosionar, merced a su componente libidinoso, como un arma de opresión o como un grito de libertad.
(Quizá debería cambiarle el nombre al blog y ponerle El blog de Soroa, porque no hago más que copiar sus artículos. Pero éste no podía dejar de ponerlo...)
El hilo sutil
Éste es un artículo que me hubiera gustado no escribir nunca, lo reconozco. Pero hay realidades que nos interpelan con toda su crudeza a quienes creemos en el Estado de Derecho, unas realidades ante las que callar es pura y simplemente hacerse cómplice de un estado de cosas inadmisible.
La realidad viene dada por esas detenciones masivas de miembros de la ilegalizada Batasuna, de los actuales componentes de su dirección y de sus sustitutos. Viene también plasmada en esos expeditivos autos de prisión para quienes han promovido o encabezado recientes manifestaciones. Medidas judiciales que están en directa contradicción con el comportamiento observado por los mismos órganos estos dos últimos años, durante el llamado proceso de paz, cuando consideraron que comportamientos idénticos de las mismas personas no constituían ilícito penal alguno. Esta contradicción flagrante es la que nos interpela: la de que unas mismas conductas puedan ser sancionadas penalmente o no según el momento en que ocurran, que lo que todavía ayer era actividad legítima de la izquierda abertzale sea hoy ilegítima actividad de un partido político proscrito. O viceversa. Porque, sencillamente, eso no puede ser en un Estado de Derecho.
Aparte del silencio y del mirar para otro lado, sólo hay una salida para esta contradicción. La de apelar al criterio de oportunidad en la aplicación de las leyes, o lo que es lo mismo, al principio de que las leyes deben ser interpretadas teniendo en cuenta las circunstancias del tiempo en que van a ser aplicadas. Se supone que este principio permitía el año pasado ignorar las actividades criminales de unas personas porque había un proceso de paz en marcha, mientras que ahora que tal proceso ha descarrillado permite encarcelarlas. ¿No les suena esto más bien a un principio de simple y pura represalia, de una justicia de amigo/enemigo? Y es que cualquier jurista sabe que el principio de oportunidad tiene muy poco, si alguno, lugar en la aplicación de las leyes penales. Que precisamente porque se trata de normas que restringen derechos individuales no cabe hacer con ellas interpretaciones sociológicas u oportunistas, sino sólo garantistas.
Preciso es reconocer, aunque nos duela a los que creemos en el Estado de Derecho, que lo que nos muestran estos comportamientos de la Audiencia Nacional es la desagradable imagen de la 'justicia del cadí', es decir, la pura y simple arbitrariedad de unas personas que deciden conforme a sus particulares criterios de oportunidad y justicia lo que debe ser tolerado o reprimido en cada momento. La arbitrariedad no es lo contrario de la justicia, como suele creerse. La decisión libre del cadí puede ser materialmente justa, puede perfectamente cumplir con el valor de la justicia y equidad. Meter en la cárcel a los miembros de Batasuna puede ser un trato equitativo para con sus méritos. Pero, y esto es lo importante, la arbitrariedad es siempre contraria al Estado de Derecho, porque éste se basa en el principio de que quienes nos gobiernan son las leyes, no los hombres (el 'rule of law' y el 'due process'). Son las leyes en su generalidad y abstracción las que deciden quiénes van a la cárcel y cuándo, a través de un proceso imparcial e igual para todos. No pueden decidirlo los criterios, por justicieros que sean, de unos jueces concretos.
Lo malo de la situación actual no es que, como dice el Gobierno vasco, se estén rompiendo puentes de interlocución con ETA. Ésa es una apreciación, de nuevo, típicamente oportunista y contextual. Según eso, si uno es 'puente de interlocución' puede delinquir a gusto, pero no si es un simple ciudadano. No, los comportamientos arbitrarios de estos últimos meses hacen algo mucho peor: rompen un hilo de confianza. Y, precisamente por ello, contaminan retroactivamente muchos de los procesos judiciales seguidos en la Audiencia Nacional. Porque si un juez puede exhibir ahora tal grado de arbitrariedad, ¿quién nos garantiza que antes no fue igual de arbitrario y justiciero? Cuando hace ya años decidió ilegalizar preventivamente un partido político, cuando durante años ha mantenido abierto el sumario convirtiéndose de hecho en una especie de permanente fielato de lo permitido/prohibido, cuando ha adoptado multitud de decisiones restrictivas de derechos, ¿quién nos dice que no actuó con unos criterios de oportunidad tan burdos y extrajurídicos como los que ahora exhibe? Romper la confianza del ciudadano en el funcionamiento regular de su Estado de Derecho tiene estas consecuencias. Porque una vez quebrado el hilo intangible con que se cose su trama, todo él empieza a desflecarse.
Estoy seguro de que el mundo abertzale entiende perfectamente esta lógica de funcionamiento: cuando había un proceso de diálogo nos premiaban, cuando lo rompemos nos castigan. Implacablemente. Pero lo entienden porque ellos creen que el poder no es sino fuerza bruta que se aplica en función de los intereses de cada uno, por mucho que se revista del ropaje jurídico. Pero los que tenemos otra concepción del poder legítimo no entendemos ya nada. O demasiado.
J. M. Ruiz Soroa, en El Correo el 6 de octubre de 2007
¿Razones (nacionalistas) de izquierda?
La relación de una parte de la izquierda española con el nacionalismo es enigmática. A la vez que se declara no nacionalista, defiende todo lo que los nacionalistas defienden. La implicación se impone: o bien los nacionalistas no son nacionalistas o bien la izquierda es nacionalista. La primera posibilidad resulta improbable. La segunda nos deja a las puertas de una pregunta: ¿puede ser nacionalista la izquierda?
Por lo general, esa izquierda no se entretiene en justificar sus puntos de vista. En las escasas ocasiones en que lo hace nos viene a decir que defiende ideas nacionalistas, pero por "razones de izquierda". Un argumento a atender. Una misma práctica política se puede fundamentar en principios diferentes. Se puede ser vegetariano por razones éticas o dietéticas o coincidir con el Papa en condenar la pena de muerte.
En el terreno de las declaraciones no resulta fácil realizar la contabilidad y determinar el peso de las diversas fuentes de inspiración. Lo mejor es ir a las políticas específicas y, como el rubor impide hablar de las balanzas fiscales, ninguna mejor en este caso que la política lingüística. Me serviré del ejemplo de Cataluña, en donde las "razones de izquierda" se han desarrollado con particular esmero, aunque los principios comprometidos, obviamente, son de alcance general.
La primera argumentación invoca la igualdad. Más exactamente, apela a medidas de discriminación positiva del catalán en nombre de la igualdad. Como es sabido, la discriminación positiva se popularizó en Estados Unidos en los años de Kennedy con la intención de asegurar el acceso a ciertos puestos de trabajo de la población negra de los que permanecían excluidos. Después ha servido para justificar la existencia de cupos de segmentos de población tales como mujeres o minorías, tradicionalmente ausentes en puestos sociales de cierta relevancia, en particular en aquellos que atañían a la toma de decisiones políticas que les afectaban de modo importante. Una circunstancia irrelevante moralmente como el color de la piel o el sexo se convertía en un motivo de discriminación. Condicionaba el acceso a las oportunidades sociales y, en ese sentido, el principio de igualdad de oportunidades era violado.
A la discriminación positiva no le han faltado críticos. Han recordado que su aplicación suponía una discriminación inversa: resultaban penalizados en sus oportunidades individuos con méritos reconocidos y que no eran responsables de discriminación alguna. Por supuesto, la réplica tiene su réplica y en la pulcra academia anglosajona la polémica está lejos de haberse cerrado. Pero no es ése el problema de la apelación a la discriminación positiva en las políticas lingüísticas. El problema tiene que ver con su pertinencia en este caso. Conviene no olvidar el reto que la discriminación positiva quería resolver: se excluía sistemáticamente a ciertos individuos de los ámbitos de decisión importantes para ellos. No parece ser ése el caso de los hablantes de lengua catalana. En realidad, la situación más bien parece ser la contraria. Una carta al lector publicada en este periódico lo dejaba claro hace unos meses: "En Cataluña, los 10 apellidos más frecuentes, excepto García, acaban en z (por ejemplo, Martínez o Pérez). De hecho, más de un tercio de catalanes -el 36%- tenemos uno o los dos apellidos que terminan en esa letra. Sin embargo, entre los 135 diputados elegidos en las últimas elecciones autonómicas al Parlament la proporción no llega al 9%. Aunque pueda parecer un hecho anecdótico, no lo es, porque refleja el alejamiento que hay en Cataluña entre la sociedad y sus políticos".
La segunda argumentación, conservacionista, apela a la necesidad de evitar la desaparición de una lengua con un número limitado de hablantes. Mientras el castellano tendría asegurada su supervivencia, el catalán necesitaría medidas de apoyo, entre las que cabría incluir la penalización del uso -en etiquetas, en rotulación comercial- del castellano. Una argumentación que, aplicada consecuentemente, tiene implicaciones un tanto singulares. ¿Tendría que cambiar la política lingüística catalana si en otro lugar del mundo millones de personas hablaran catalán? Resulta raro pensar que nuestros derechos dependen de cómo hablan en México. En el fondo, este punto de vista asume que lo que importa no son los individuos, sino las lenguas. Los primeros estarían al servicio de la preservación de las segundas. Justo lo contrario de lo que sostienen las teorías éticas más extendidas, para las cuales los que importan -los que sufren, los que aman- son las personas, y las lenguas son las que están a su servicio.
La última estrategia argumental invoca al derecho a "vivir en la propia lengua". Si se refiere a la libertad de expresarse en la propia lengua, es un derecho indiscutible. Más complicado es que se refiera a tener asegurados interlocutores para cualquier actividad. Si yo quiero escribir un artículo sobre el efecto túnel y espero que la comunidad científica me haga caso, tendré que hacerlo en inglés. En todo caso, lo que no parece razonable es que para que yo pueda ejercer ese supuesto derecho se deba obligar a otro a aprender mi lengua. Si tal fuera, nos encontraríamos con un derecho un tanto singular: para que yo pueda ejercerlo se le tiene que negar a otro. Una interpretación más modesta y razonable limita ese derecho al trato con las instituciones públicas; al cabo, salvo a mentalidades totalitarias, a nadie se le puede ocurrir legislar sobre cómo debe uno hablar con sus vecinos. En ese caso, seguro que ese derecho debe incluir el derecho a ser educado en la propia lengua. En Cataluña, por cierto, ese derecho no le está garantizado a más de la mitad de los catalanes que tienen el castellano como lengua materna.
Lo cierto es que cuando se miran de cerca "las razones de izquierda" se quedan en razones nacionalistas a palo seco. Sólo desde el nacionalismo se puede entender el asombro del presidente de la Generalitat porque alguien pudiera dudar de la existencia de una concepción catalana del mundo. Maragall parece participar de la convicción de que "la lengua no sólo son palabras, sino que desvela una forma de vida y una forma de ser". La formulación más refinada de esa idea arranca sosteniendo que cada lengua "estructura" los procesos preceptuales y cognitivos de sus hablantes, organiza los significados y limita lo expresable, para concluir la identidad entre lenguaje y pensamiento.
Ningún lingüista informado sostiene hoy esta formulación. Entre otras cosas, confunde "no tener una palabra" con "no tener la experiencia". Es cierto que el castellano no tiene tantos matices para describir la nieve como el esquimal; pero eso no quiere decir que no quepa utilizar una pormenorizada perífrasis. Tampoco tengo una palabra para designar el olor del queso de Cabrales y, sin embargo, soy capaz de distinguirlo del olor a colonia. Para estas cosas, y más cuando se trata de lenguas con estructuras gramaticales parecidas, siguen valiendo las palabras de fray Luis de León: "En lo que toca a la lengua, no hay diferencia, ni son unas lenguas para decir unas cosas, sino en todas hay lugar para todas".
Una tesis de esa naturaleza, tomada en serio, además de dejar a más de la mitad de los catalanes sin concepción catalana del mundo, nos llevaría a pensar que hay una concepción del mundo común a un banquero madrileño y a una campesina de Medellín. Por mi parte, tiendo a pensar que en lo que importa, en los modos de vida, las concepciones del mundo que se encuentran en el paseo de Gracia se parecen bastante más a las del barrio de Salamanca o a las de Neguri que a las de Cornellá y que, si quieren defender sus intereses, es mejor que los vecinos de Cornellá no olviden esa circunstancia.
Que esas ideas resulten insostenibles no impide que cumplan funciones políticas importantes. La convicción de que la lengua proporciona a sus hablantes una comunidad de identidad junto con la tesis de que la existencia de una identidad compartida ("nacional") es el fundamento de la soberanía política, es el núcleo intelectual más reconocible del nacionalismo. No está de más recordar que esta segunda idea no es menos desatinada que la primera. Las mujeres, los jóvenes o los albinos, comparten identidad y, a buen seguro, hasta conciencia de su identidad compartida, pero no por eso constituyen unidades de soberanía.
Parece, pues, que tampoco por aquí se entiende la defensa de tesis nacionalistas por la izquierda. La izquierda no parece haber comprendido que la obligación de defender el derecho de cualquiera a expresar sus puntos de vista no la obliga a defender tales puntos de vista. Una vez garantizado que cada cual puede contar lo que quiera, empieza la crítica política. Eso es verdad con el nacionalismo como con la Iglesia. Si la crítica no aparece, para quienes creemos que, por lo menos, la izquierda es ilustración, la pregunta acerca de si la izquierda puede ser nacionalista nos deja ahora en el umbral de otra: ¿La izquierda nacionalista es izquierda?
Félix Ovejero Lucas, en La Insignia (publicado originalmente en El País en julio de 2004)AnónimoLa cursiva es mía, claro :-P
Pues la verdad, creo que es una de las páginas mas orinales que he encontrado en internet.
Te felicito.